Francisco Astorga, payador: “Violeta Parra se encarga de que se reconozca al folclore como arte”

Escrito por el octubre 4, 2018

Este 4 de octubre Violeta Parra cumple 101 de años de vida. Para celebrar su legado, revivimos la entrevista que Radio JGM le hizo al poeta y payador chileno Francisco ‘Pancho’ Astorga, quien destacó que la creadora fue “una cantora campesina y una autoridad, en la que la comunidad puso su confianza”.

En una sala de ensayo del Departamento de Música de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE), está sentado un hombre solitario alrededor de diversos instrumentos. Con una prominente barba y un poncho marrón, el cantor Pancho Astorga empieza a mover sus dedos sobre las cuerdas de la guitarra con gran habilidad.

“¿Dónde estás, prenda querida, dueña de mi pensamiento? ¿Dónde estás, que no me escuchas mis suspiros y lamentos? Pregunto al cielo por qué la suerte tan mal me trata que sin tener yo la culpa, un sentimiento me mata”, canta con una voz profunda mientras rasguea a un ritmo acompasado.

El cantor a lo humano y lo divino comenzó su camino musical a los 14 años, en las Novenas de la Cruz de Mayo en Codegua y de San Francisco de Asís, una tradición organizada por su abuelo y que continúa hasta hoy. Fue a partir de este canto que llegó a conocer a la madre de Violeta Parra, Clarisa Sandoval, en 1980.

“Estábamos cantando a lo divino en el santuario de Lourdes y habíamos terminado de hacerle la rueda de saludos a la Virgen en la Gruta. Por ahí estaba una señora. Se nos acercó, saludó a los cantores y les dijo que fue muy bonito lo que interpretaron. Yo le comenté que ese día era 5 de febrero y que coincidía con el aniversario de Violeta Parra. Ahí me confesó que ella era su mamá, fue un hecho muy especial”, contó Astorga.

La madre de Violeta, Clarisa Sandoval, fue una mujer campesina y cultora del canto popular. Su padre Nicanor Parra fue profesor de música. Ambos fueron dos figuras fundamentales para formación de la artista.

“Pero yo diría que la influencia más grande es de la mamá, de doña Clarisa Sandoval. Prácticamente todo el primer repertorio que Violeta graba es casi íntegramente de la madre. Ella tenía una voz bien aguda, cantaba muy bonito”, destacó el payador.

Pancho Astorga siente una gran admiración por el trabajo de Violeta Parra, que a diferencia de él no fue una cantora a lo humano ni a lo divino, pero tomó algunos de esos elementos para su propia creación. Actualmente, el cantor enseña guitarrón, guitarra traspuesta, rabel y guitarra folclórica en las aulas de la UMCE. Además, en el 2016 fue nombrado Patrimonio Cultural de la comuna de San Francisco de Mostazal de la región de O’Higgins.

La canción como escape

Violeta nació en San Carlos, provincia Ñuble y pasó gran parte de su infancia en Lautaro. Su familia era numerosa y pobre. Ella creció al ritmo del campo del chileno. Detestaba la vida escolar, pero desarrolló una enorme pasión por el canto. A los 9 años tocaba la guitarra y a los 12 comenzó a componer.

Los problemas económicos de la familia Parra Sandoval se agudizaron con la muerte del padre, en 1929. En varias ocasiones Violeta y sus hermanos buscaron ingresos por medio de su canto callejero.

A los 15 años, Violeta llegó a Santiago invitada por su hermano Nicanor. Mientras intentaba terminar sus estudios en la Escuela Normal de Niñas, descubrió que por medio del canto podía ganarse la vida. Empezó a presentarse en bares, quintas de recreo y en pequeñas salas de barrio, inicialmente junto a su hermana Hilda. Juntas formaron el dúo las Hermanas Parra. Desde ese momento, la artista se lanzaría un camino vertiginoso pero muy rico culturalmente.

“De sus hermanos, creo que el que más la motivó fue Nicanor porque era el asesor que ella tenía. Especialmente, en la corrección de los versos. Era una persona a la cual ella siempre acudía. Los demás hermanos también influyeron en su formación, pero también se nutrieron de lo que hizo”, explicó Pancho Astorga.

Violeta Parra: las composiciones de una cantora campesina

La artista sentía que en Chile existía una gran deuda cultural con el mundo popular, por lo que hizo múltiples esfuerzos para contribuir a la valoración de la música de raíz y a la poesía de los más desposeídos.

Ella asumió el rol de cantora, recopiladora, investigadora, intérprete y difusora de la tradición. Violeta se sumergió en la cultura y se impregnó de las raíces del canto campesino y popular.

“Ser cantora no significa solamente cantar, sino que hay que saber todo lo que te rodea. Ella también es santiguadora, rezadora, madre y padre”, manifestó el cantor.

Así es que empezó a recorrer distintas zonas rurales para grabar y recopilar música folclórica inédita. “Buscó a las creadoras  en todas partes. En Santiago, en un bar o en un cité. Si tenía que ir a la punta del cerro, ahí estaba. Esto lo hizo desde adentro, para estar en contacto con la realidad”, expresó Pancho Astorga.

Llegó a reunir más de tres mil canciones. Algunas de las cuales presentó en el libro Cantos folclóricos chilenos y más tarde, en el disco “Cantos campesinos”.

El payador Pancho Astorga destacó que Violeta nos enseña algo muy importante, que se contrapone a lo que dicen los investigadores. “La gente que se dedica al folclore cree que este tipo de música es algo estático. La mayoría lo reproduce mal porque no tienen formación musical, ni poética, ni valórica. Pero ella se encarga de que se reconozca lo popular, la tradición y el folclore como arte. Todo esto es una creación permanente”, dijo el poeta.

A lo largo de este proceso, Violeta se fue nutriendo y aprendiendo. Trabajó con todas las formas poéticas de la tradición chilena como la copla, las cuartetas, las tonadas, las seguidillas, el romance y la décima.

“Este último, Violeta lo aprende en Santiago con el canto a lo poeta. En todo lo que ella creó está la rima, la métrica y la cadencia. Además, tomó elementos musicales, rasgueos y formas poéticas para hacer su propia innovación, gracias a su conocimiento. A partir de su instinto, sabe que nuestra música está en escala modal y no tonal”, observó el payador.

A través de los versos atrevidos, ella denunció los abusos que sufría el pueblo. Su cancionero tuvo un fuerte sentido de compromiso social. Parte de sus títulos más combativos fueron “¿Qué dirá el Santo Padre?”, “Arauco tiene una pena” y “Miren cómo sonríen”.

“Con Violeta se hace pública la denuncia del pueblo, que es parte del rol de la cantora. Se tiene que hacer eco de las alegrías, las penas y las inquietudes del pueblo. Eso es algo inherente a la tradición. La cantautora lo sabía y también lo recupera”, afirmó Pancho Astorga.

Los amores y la soledad

Violeta fue una mujer muy apasionada, de grandes convicciones y con un temperamento fuerte. “Fue una persona que largaba todo y que por supuesto, esto era mal entendido. Pero yo creo que eso es muy positivo, porque ella asumió ese rol de poeta y cantora costara lo que costara”, indicó Astorga.

El amor y los sinsabores, la furia y la pasión, marcaron su vida. En 1938, se casó con el obrero  ferroviario Luis “Pepe” Cereceda con el que tuvo dos hijos, Ángel e Isabel. Con él, se trasladó por un tiempo a Valparaíso. Pero el matrimonio no prosperó por su bohemia y machismo.

Tras una época en la que alcanzó cierto renombre interpretando en vivo cuplés, la artista comenzó lentamente a destacar en el círculo de folcloristas. Ya había hecho varias presentaciones en radios y hasta se había unido a un grupo de teatro, cuando su matrimonio con Cereceda terminó en 1948.

Su segundo y último matrimonio fue con Luis Arce en 1938. Lo conoció en el restaurant Tordo Azul, donde Violeta y su hermana Hilda amenizaban las veladas al son de sus guitarras y voces. De esa unión nacieron Luisa Carmen y Rosita Clara, quien falleció en 1954 cuando la cantante estaba de gira por Europa. Esta relación también se rompió.

Durante la estadía de Violeta en País, la cantautora tuvo un idilio con el joven español Paco Ruz, a quien le regaló su guitarra antes de volver a Chile. Pero fue durante su cumpleaños número 43 en el que conoció al que sería su último y gran amor, el suizo Gilbert Favre más conocido como “el gringo” o “el chino”.

Favre era parte de un proyecto antropológico interesado en el folclor chileno, razón por la que se conocieron.  Los 18 de años de diferencia no fueron obstáculo para que la cantora se enamorara perdidamente.

Tuvieron una relación profunda y Violeta le dedicó varias de sus canciones más importantes como “Corazón maldito”, “¿Qué he sacado con quererte?”, “Run Run se fue pa’l norte”, entre otras.

Sin embargo, en 1965 “el chino” se fue del lado de Violeta para instalarse en Bolivia y fundar el grupo Los Jairas. Ella intentó recuperar su amor con algunos viajes y composiciones. Pero todo fue en vano.

“En sus canciones hay una concepción más personal del amor y ella lo dispara. La artista quiso hacerse paso para difundir nuestra música, pero se encontró sola y las puertas se le cerraron. O a veces, llegaba alguien que le brindaba una mano, ella se enamoraba y esa persona no le correspondía. Son un montón de situaciones que hacen que explote, porque su rol era muy incomprendido”, explicó el cantor.

Pancho Astorga empatizó con esta pena de Violeta. A él también le han gritado improperios en el Tedeum y ha sentido el rechazo de algunas autoridades, que “me han mirado con ganas de pegarme. A mí no me importa porque tengo el apoyo de mucha gente. Pero ella no y eso le afectó mucho”, sostuvo el payador.

En su regreso definitivo a Chile en 1965, Violeta sintió que público chileno no comprendía su arte. Se instaló en una carpa, ubicada en lo alto de la comuna de la Reina, en un terreno cedido por el entonces alcalde Fernando Castillo Velasco.

En este lugar, la artista pretendía seguir mostrando su música y darle forma a una gran universidad del folclore. Era su gran esperanza para continuar con la difusión del canto chileno. Pero nunca consiguió la convocatoria esperada y tuvo que presentarse con apenas una docena de asistentes.

El legado artístico y cultural de la creadora

Violeta se fue antes de tiempo, pero sin lugar a dudas fue una artista integral. No sólo fue la madre de la música popular y de raíz.

También, fue la autora de numerosas arpilleras, esculturas, pinturas al óleo y trabajos en cerámica. Su influencia fue vital para el surgimiento de la Nueva Canción Chilena.

Ella siempre tuvo una postura crítica respecto del quehacer nacional y del valor de la música folclórica.

Para Pancho Astorga, lo más importante de Violeta es que “hace presente que nuestra vida es una creación permanente. La artista jugó un rol en la sociedad y tomó los instrumentos latinoamericanos para cantar desde su identidad y su raíz”, aseguró.

Además, la cantautora se hizo cargo de las necesidades de su pueblo. “Yo siento a Violeta como una persona muy cercana, con la cual uno conversa con el corazón directamente. No es lo mismo que te aprendas una canción de una grabación y la sacas. En cambio, con ella te está diciendo a todo momento algo más que cantar”, concluyó.

Revisa el homenaje del cantor y payador Francisco ‘Pancho Astorga’ a Violeta Parra: 

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