Bolsonaro: una prueba de fuego para Brasil y Latinoamérica

Escrito por el octubre 13, 2018

El recién pasado domingo 7 de octubre, Brasil vivió unas elecciones presidenciales que marcaron un preocupante hito para una Latinoamérica postdictaduras. Jair Bolsonaro, el candidato de extrema derecha, pasó a segunda vuelta con un 46% de los votos. Es decir, estuvo a 4 puntos de ganar en primera instancia.

Si bien las encuestas ya daban a Bolsonaro el primer lugar, fue una sorpresa que obtuviese un porcentaje tan alto de los votos. El resultado viene a confirmar una tendencia que se ha observado durante los últimos años a lo largo del mundo, el auge de movimientos y gobiernos ultra conservadores. La victoria del derechista –a quien las encuestas le conceden para la segunda vuelta un 49% de los votos directos frente al 36% de Haddad, su contrincante-, se suma a la llegada de Donald Trump en Estados Unidos, la permanencia de Erdogan en Turquía, la Liga Norte en el gobierno italiano y al casi 40% de los votos que sacó Marine Le Pen en Francia.

Es evidente que entre los recién mencionados, existen grandes diferencias. Discrepan en términos políticos, culturales, económicos y religiosos. Sin embargo, tienen el populismo como eje transversal en sus planes de gobierno, entendiendo esto como una autodenominación de ser la voz del pueblo y promover medidas anti democráticas, nacionalistas y que atentan contra de las libertades civiles.

En este sentido, un eventual gobierno de Bolsonaro debe ser considerado como una de las mayores amenazas para la región en la actualidad. En primer lugar porque su discurso es abiertamente una apología a la dictadura, lo que se vuelve doblemente peligroso si se observa el deplorable estado de las instituciones latinoamericanas, que tras graves y continuos casos de corrupción, han perdido la confianza de la población. Esta situación da paso para la aparición de líderes que hablan de restaurar el orden y la seguridad -realidad que difícilmente ha sido alguna  vez así- a costa de la libertad.

Sin embargo, más allá de la preocupación propia por Bolsonaro y sus continuas declaraciones polémicas, el filósofo brasileño, Vladimir Safatle, en una entrevista con el medio brasileño Agencia Pública, anticipa otros desafíos, al señalar que con este candidato, se ha involucrado a la población civil, haciendo que esta forme parte del racismo y la homofobia que promueve. Safatle va aún más lejos e indica que con Jair Bolsonaro se ha movilizado a grupos que durante la dictadura no formaban necesariamente parte de los adeptos de los militares, como lo fue la Iglesia Católica. En conclusión, quizás aún más peligroso que Bolsonaro por sí solo, es el hecho que hayan tantos millones de brasileños dispuesto a elegirlo.

En palabras del columnista Juan Arias del diario El País «Bolsonaro no ha inventado de repente la pólvora en Brasil. No se ha inventado una sociedad sedienta de autoritarismo, insatisfecha con quienes le gobiernan, recelosa de la modernidad a quien atemoriza la libertad y sigue en busca de alguien que, mágicamente, le resuelva los problemas». Ciertamente ha sido el candidato quien ha articulado de forma exitosa estas ambiciones, aunque no resulta imprescindible. Una derrota en segunda vuelta no va a acabar con quienes quieren que se maneje con violencia el tema de la inseguridad en Brasil, como ha propuesto Bolsonaro.

Por otro lado, no se debe olvidar que Brasil es la mayor potencia regional, lo que significa que un gobierno de ultraderecha es más gravitante para el resto, que si fuera electo en un país más pequeño. Esto sin duda será un espaldarazo para movimientos y políticos de corte similar, como es el caso de José Antonio Kast en Chile. En nuestro caso, corresponde seguir de cerca el apoyo del chileno al brasileño, y hacerlo presente en una eventual candidatura para futuras presidenciales. No se puede dar cabida a aquel que respalda a un candidato que es una amenaza directa para la democracia y el mutuo entendimiento en nuestras sociedades.

Sobre la responsabilidad que nos compete como habitantes de Latinoamérica, este debe ser un rol sumamente activo. No se puede aislar políticamente a Brasil, como la derecha ha querido hacer con Venezuela y Cuba, porque eso también deja en el abandono a los opositores del gobierno y da mayor libertad para perseguir y encarcelar a quienes se atrevan a criticar.

El caso particular de Chile debe ser el hacerle saber al gobierno de Sebastián Piñera, que tal como él se ha querido mostrar como un firme opositor al gobierno de Nicolás Maduro por ser antidemocrático, se espera que muestre el mismo ímpetu ante Jair Bolsonaro y sus políticas discriminatorias. Frente a hombres así de intolerantes, no hay cabida para medias tintas, como ha querido hacer el presidente.

En última instancia, el «fenómeno Bolsonaro» debe ser entendido por un lado como un apogeo de la derecha más extrema y los movimientos racistas, homofóbicos y clasistas, sin embargo, no se puede obviar el alto grado de responsabilidad que ha tenido la izquierda. Esta es sin duda la clave para evitar que candidaturas del odio tengan éxito, el comenzar haciendo una autocrítica a la infinidad de errores cometidos y trascender de lo que fue el pasado, dar espacio para nuevas propuestas, diferenciarse en la práctica y no solo en lo discursivo de la derecha, y, aunque cueste trabajo, escuchar a los votantes de Bolsonaro y comprender que no todos son partidarios de una dictadura en potencia, pero sí gente con necesidades y problemas que no han podido ser resueltos bajo el modelo de los últimos años.

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