Sudelia Herrera, titiritera y cuentacuentos: “La cultura y el teatro es para todos y tiene que llegar a todos los lugares”

Escrito por el marzo 21, 2024

Sudelia Herrera lleva años preparando, elaborando y montando obras de títeres, desde la construcción de los muñecos y el guion, hasta el teatro en que se presenta la historia. Su compañía, Artilugio, tiene como propuesta masificar la cultura y el arte a todos los sectores de la población. Para ella, los títeres y el teatro en miniatura son herramientas pedagógicas y psicosociales que pueden ayudar a mostrar temas muy complejos para que personas de todas las edades puedan comprenderlos y sentirse identificados y por esto, merecen un mayor reconocimiento en la sociedad.

Por: Ana Muñoz Herrera

Sudelia Herrera (60) cree en la predestinación. Pero no piensa que el destino esté por sobre nuestros planes. Más bien, todos los objetivos que nos planteamos en la vida nos llevarán hacia un camino. Y la vida se encarga de mostrarnos este camino, incluso desde que somos muy jóvenes. Al menos, para ella así fue.

marionetaCuando era una niña de cinco años, la séptima de nueve hermanos en una familia de Lo Espejo, comenzó a decirle a sus amigos que estaba comprando tarros de leche vacíos a cinco pesos. Aunque no recuerda la razón, muchos de sus vecinos empezaron a venderle sus tarros de leche. Ella los pagaba con el dinero que lograba juntar y, de vez en cuando, con lo que le sacaba a su madre de la cartera.

Con esos tarros hice una torre muy alta. Me subí encima y la torre se desarmó. Terminé colgando de una viga y mis hermanos tuvieron que bajarme”, cuenta, entre risas. Sudelia admite que siempre ha sido una cuentera. José Herrera, uno de sus hermanos, recuerda que le decían La Chamullitos porque siempre estaba jugando con mentiras e historias que ella misma creaba.

Es por esto que, aunque le costó varios años darse cuenta, para ella tiene mucho sentido que terminara siendo una titiritera y cuentacuentos. Dice que lo llevaba en la sangre y que los títeres siempre fueron parte de su vida, gracias a un vecino titiritero que hacía funciones para los niños del pasaje.

Aunque ella y una de sus hermanas fueron las primeras hijas en su familia en entrar a la universidad, ninguna de ellas pudo terminar la carrera. Sudelia, que estaba estudiando educación parvularia por exigencia de sus padres, explica que, por un lado, nunca estuvo de acuerdo con el enfoque desde el que le estaban enseñando. “Hasta mi jefa de carrera me decía que estaba perdiendo mi tiempo ahí, que debía estudiar artes. Los años le dieron la razón, porque eso era lo más cercano a lo que a mí siempre me apasionó”, declara.

Pero, además, un aborto espontáneo fue la causa inmediata de su deserción. Sudelia se estaba haciendo unas ecografías en Santiago, pero decidió volver a Talca, donde estaba su universidad, para realizar una prueba de un ramo en el que había quedado atrasada. Ese mismo día perdió a su bebé.

“Entré en una depresión super fuerte”, recuerda. Tras la pérdida, y considerando la baja nota que obtuvo en la prueba, regresó a Santiago y abandonó su carrera. “Después me enteré de que mis amigas habían escrito una carta a la universidad para que pudiera continuar. La aceptaron, pero yo no volví más”.

En 1998, cuando aún no encontraba su rumbo, Sudelia ayudó a organizar el festival de celebración de los 35 años como titiritero del mismo vecino que le inspiró desde pequeña, Tito Guzmán. Colegas de toda Latinoamérica llegaron a participar para demostrar su gratitud al hombre que les ayudó en su formación en el oficio.

Cuenta que algunas familias de la población acogieron a los titiriteros extranjeros en sus casas, además de conseguirles un modo de ingreso para pagar su pasaje de vuelta. “Terminé trabajando como boletera en Maipú, coordinando las funciones de títeres y la asistencia de los niños. Luego, me ofrecieron trabajar en Argentina y fui”, explica.

Ahí, Sudelia tomó un taller de construcción de muñecos. Le costó decidirse respecto a ser titiritera. “Yo siempre decía que pololeaba con los títeres, que sólo era ayudante. No me di cuenta cuando me enguanté los títeres y con una amiga, Leonor Guzmán, formamos nuestra primera compañía que se llamó El Canelo Mágico”, recuerda. Aunque tuvieron que separarse tiempo después por la distancia física, en 2010 formó Artilugio, su propia compañía, con la que trabaja tres obras de títeres, cuentos y elementos de apoyo a la narración oral.

“También trabajo con el teatro Lambe Lambe, un espacio más pequeño y personal, que tiene mucho que ver con mi propuesta frente al teatro de los títeres, la cultura y el teatro es para todos y tiene que llegar a todos los lugares”, afirma con convicción.

Las historias de Sudelia se inspiran en poemas, libros o cualquier cosa que capte su atención, algo que ella llama gatilladores. Para su primera obra, Un momento mágico, se inspiró en la transformación de la oruga en mariposa. La segunda, Ana, Pepe y el Loro está inspirada en la confrontación y el amor entre hermanos mayores y menores. “La he presentado en muchos lugares y siempre los niños se enamoran e identifican con alguno de los dos personajes”, reconoce. “Pueden parecer temas complejos, pero gracias a la forma en que está presentada la historia, los niños logran entender perfectamente”.

La titiritera cuenta que su talón de Aquiles es ser demasiado exigente con ella misma y pensar que no tiene lo necesario. Esta rigurosidad la hizo limitarse y cuestionarse varias veces antes de seguir el camino de los titiriteros. “Aunque mis compañeros me elogiaban, me dedicaba a estudiar, tomar talleres, y trabajar para conseguir esas herramientas que me faltan. Aún siento esta inseguridad. A veces me cuesta creer que lo que presento está perfecto. Siempre tengo la sensación de que algo me falta”, confiesa.

Sin embargo, una sonrisa se dibuja en su cara cuando dice que su motivo para continuar son los niños. “Te hablo de los de un año hasta los que tienen noventa y nueve. El títere tiene la maravilla de que te hace conectar con tu niño interior. Cuando veo una obra, grito, lloro, sufro y me río, como una niña”, reconoce. Eso le ha permitido no ser igual de crítica con sus compañeros, como lo es con ella misma. “Si me hacen conectarme con mi niña interior, su objetivo está logrado. A menos que no consigan encantarme, y eso pasa en todas las artes. Te provocan, en forma positiva o negativa”.

En una ocasión presentó El Obrerito, obra en miniatura inspirada en el poema de Gabriela Mistral, para una festividad en el barrio Yungay. “Esa obra la hice para las mujeres. Aunque lo más terrible para una madre es tener aún a sus hijos adultos en casa, porque significa que no le dio las herramientas necesarias para abrir sus propias alas, aun así, sentimos un resentimiento cuando nuestros niños se van del nido”, admite.

Aquella vez, un niño de ocho años quiso ver la obra. Aunque Sudelia trató de ofrecerle historias más adecuadas a su edad, el pequeño insistió en verla. Cuando terminó y levantó el paño, después de unos minutos, él estaba llorando y sollozando. El niño explicó que se acordó de su abuela. “Las personas rellenan cualquier historia que uno les muestre con sus propias experiencias. Seguramente, para ese niño, su abuela debió ser muy significativa”, reflexiona.

Pasó lo mismo con un hombre de unos 45 años en Plaza de Armas. “Estábamos haciendo una colecta para un compañero que estaba en el hospital. Ese señor me dio diez mil pesos por una función de tres minutos. Le tiene que haber llegado muchísimo la historia para no arrepentirse de regalar tanta plata”, concluye divertida.

Sudelia piensa que con su trabajo puede llegar a todos los niños y que ser titiritero te permite eliminar muchas barreras y etiquetas propias del mundo adulto. Para ella, los títeres no tienen prejuicios. “Cuando los usas, son ellos los que cobran vida y te usan, no tú a ellos. Solo eres una herramienta para que ellos se puedan expresar”,

También enfatiza en que un verdadero titiritero puede enguantarse un calcetín y ese muñeco va a tener una vida increíble. Los entretenedores que no tienen idea de lo que es ser titiritero no logran eso, porque no lo trabajan. Existe una visión de que las malas funciones son las que no hacen a los niños participar y gritar. “Pero un niño puede estar en silencio, observando y analizando lo que pasa o susurrarles a los personajes, sin necesidad de gritar. Una función de títeres te puede llevar por muchos bemoles, subir y bajar el tono, ir por camino de espinas o de hojas secas”, argumenta.

“Todavía a estas alturas de nuestras vidas no hemos logrado que los títeres tengan el reconocimiento social que merecen, como herramienta pedagógica y psicosocial de reparación y nexo para descubrir situaciones que los niños viven”, admite. “Somos nosotros, los titiriteros, los que debemos reivindicar el respeto de la comunidad que merecemos, pero no hemos logrado cohesionarnos”. Este oficio se ha mantenido separado porque, según ella, siempre hay disidencias que generan separaciones.

A lo anterior se suma el egoísmo de parte de los más viejos a los más jóvenes. “Si queremos mejorar el nivel y profesionalismo del oficio, deberíamos estar unidos para compartir nuestro saber y transmitir nuestro conocimiento a los otros. Nos falta solidaridad, seguimos guardando cosas”, lamenta.

Sudelia pertenece a la Asamblea de Titiriteros y Titiriteras de Chile (ATTICH), que actualmente se encuentra en proceso de sacar personalidad jurídica con el objetivo de presentar proyectos para mejorar el nivel del oficio en Chile. “Estamos haciendo entrevistas a personas que consideramos maestros por su técnica y experiencia, y quedarán disponibles en una biblioteca virtual, para compartir conocimientos y material con quiera aprender a ser titiritero”, comparte.

También confiesa que espera poder seguir trabajando con su teatro Lambe Lambe, que tiene el peso justo para poder cargarlo sobre su espalda y transportarlo a donde sea que se le necesite, para seguir dando funciones. “Eso me da vida. Y cuando se abra el espacio, la gente va a estar más ávida de experimentar este tipo de cosas, que antes no se dieron el tiempo de vivir”.

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