Paseo Ahumada: el rostro de Santiago

Escrito por el abril 22, 2025

El sol golpea con fuerza a través de los edificios que custodian el centro de Santiago y el Paseo Ahumada que abrió los ojos bastante temprano. No se necesita ningún ruido más que el de las suelas por sobre las baldosas, más el murmullo de la ciudad que está constantemente despierta a esa hora. Ya está el hombre de siempre junto a su banquito de madera, cajas de betunes y trapos. Como otros, él lustra zapatos desde temprano. Ellos son testigos del amanecer urbano, de esos pasos que pasan primero con prisa.

Por Amanda Cartes

El Paseo Ahumada no es solo un paseo peatonal, es el retrato vivo de una ciudad que ha ido creciendo exponencialmente y que se extiende como una arteria palpitante desde Plaza de Armas hasta la Alameda. Su historia data de la época colonial, que en su momento fue camino de carretas, luego una vía por donde pasaba la más elegante élite chilena, hasta convertirse en el cruce incesante de clases sociales y luchas.

A esas horas, ni tan temprano ni tan tarde, circulan los oficinistas impecables y limpios con sus camisas, ternos y corbatas. Caminan prácticamente con el ceño fruncido, apurando el paso, esquivando con gran habilidad a aquellos vendedores ambulantes que se instalan con sus cosas para ganarse el pan de cada día. Muchos de los ambulantes se conocen, tantos años compartiendo calles da un sentido de comunidad y muy poca competencia.

Junto a los distintos comerciantes se instalan otros personajes: el hombre que ofrece plantillas ortopédicas, protectores para lentes, cinturones y un sin fin de objetos que pueden servir para cualquier problema que tengas. Al lado está instalado el que vende mote con huesillo atento a aquel que pase con la garganta seca y con ganas de consumir lo local y junto a él se encuentra un vendedor de pájaros de agua que silban cuando uno los sopla.

Es en medio de este paseo que se ven distintos kioscos cargados de revistas, cigarrillos, colaciones entre otras. Más hacia las orillas se encuentran restaurantes con mesas hacia afuera, altas y sin sillas, como puntos de reunión improvisados: Oficinistas y trabajadores hacen una pausa necesaria para compartir un café o un té bien cargado, comiendo de pie como si el tiempo fuese de oro. Los bancos ya están abiertos para que las personas hagan sus trámites, los centros comerciales como el Eurocentro ya están abiertos esperando que alguien entre. Más allá hay farmacias, tiendas de ropa, librerías, restaurantes, tiendas de tecnología y bares.

La ciudad se siente viva, pero a su vez, también se siente áspera y a veces incluso agonizante. Hay quienes caminan con dificultad, personas con discapacidad, adultos mayores que avanzan lo más rápido que pueden entre la multitud. Están aquellos que piden limosna, esperando que alguien les dé alegría, sentados contra los muros, a veces casi invisibles para muchos. La tos de quienes están resfriados se mezcla con el bullicio creciente de los vendedores. Se siente el tiempo en algunos rostros que van delatando con su paso su dificultad de vivir. Una especie de tristeza muda forma parte del paisaje. Una patrulla de Seguridad Ciudadana de Santiago recorre el paseo: es la presencia discreta de la autoridad en medio del desorden organizado que es este lugar.

Desde arriba hay distintos edificios que se observan. Rascacielos grises, de vidrio o concreto que albergan oficinas, algunos más modernos que otros, pero todos en un buen estado de conservación. Decenas de trabajadores viven una realidad completamente diferente a los vendedores de abajo, pero ambos comparten la misma calle, el mismo paseo. El Paseo Ahumada es un punto de encuentro inevitable. Un retrato vivo de la ciudad que revienta al compás de las pisadas.

Aquí todo es movimiento, todo es rápido, la ciudad no espera, pero el Paseo Ahumada sigue ahí, como un espejo abierto. Aun con todos sus cambios, con su esencia intacta, donde la vida transcurre en su versión más pura y a su vez más cruenta y cruda. Su belleza está en aquellos detalles que solo ve quien se detiene: el brillo del zapato recién lustrado, el vapor de un café para despertar, la mirada fatigada del adulto mayor, y la esperanza del niño.

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