Venezuela: un botín para la izquierda y la derecha

Escrito por el septiembre 15, 2018

«En cuanto a intervención militar para derrocar al régimen de Nicolás Maduro, creo que no debemos descartar ninguna opción». Con esas palabras, el secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, se refirió a la crisis que vive Venezuela actualmente.

Almagro, que desde que asumió el 2015, ha sido uno de los principales detractores del gobierno venezolano, ha despertado temores en la región, al seguir la línea del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que en julio de este año, se supo había consultado a sus asesores sobre la posibilidad de invadir Venezuela.

Con estas declaraciones, el secretario general vino a demostrar de forma concreta, que la OEA, antes que un organismo internacional destinado a promover la paz y el entendimiento entre los pueblos del continente, es una organización que actúa bajo los principios de Washington.

No es novedad referirse a la crítica situación que vive Venezuela hoy en día, sumida en una crisis política, social y económica, que, según cifras de las Naciones Unidas, ya ha forzado a más de 2 millones de venezolanos y venezolanas a escapar del país. La causa de estos problemas, se encuentran en una parte en las restricciones mismas del modelo que Maduro intenta llevar adelante, sumado a un gobierno cada vez menos democrático y que no duda en utilizar la fuerza para callar a sus detractores. Sin embargo, de manera igualmente preocupante, el país esta siendo víctima de un abierto hostigamiento de parte de Estados Unidos y sus aliados.

En este sentido, Almagro vuelve nuevamente a la palestra. El secretario general de la OEA ha señalado que las sanciones aplicadas a Venezuela por parte de Norteamérica y la Unión Europea van por el camino correcto. De hecho, va más allá e indica que deben endurecerse y ampliarse en cuanto a sus características. Lo que el señor Almagro parece olvidar, es que es la población venezolana quien paga las consecuencias de las sanciones, y que en ninguna medida, el gobierno de Maduro parece menos firme.

Recordemos que dentro de las autoridades en Venezuela, se encuentran varios generales en cargos ministeriales, lo que le brinda la seguridad de contar con las fuerzas armadas como aliados,

Pero un análisis más profundo de la situación, requiere no solo reflexionar si las sanciones son o no efectivas, y si afectan a la población o al gobierno. Es necesario plantearse hasta que punto es coherente la intervención de terceros en Venezuela. Partamos de la base que lo que se vive en Venezuela es de forma innegable una crisis humanitaria. Por mucho que se quiera negar la gravedad de la situación, y que parte de la izquierda latinoamericana quiera relativizar las violaciones a los Derechos Humanos, las miles de familias venezolanas que han abandonado su país, no lo han hecho por lo que han visto en medios de derecha, o por lo que pueda decir la misma oposición venezolana. La gente que ha dejado sus hogares lo ha hecho porque ha sufrido de la falta de alimentos, los violentos enfrentamientos entre chavistas y opositores, y por la persecución política.

Sumemos a lo anterior la «milicia bolivariana», creada durante el gobierno de Hugo Chávez. Se trata de un complemento a las fuerzas armadas integrada por civiles voluntarios. Son casi de medio millón de hombres y mujeres que conforman algo no muy diferente a fuerzas paramilitares al servicio de Maduro. Su sola existencia se transforma en un riesgo para todos aquellos que no comulguen con los  ideales del gobierno.

Entendiendo que Venezuela vive de forma concreta una serie de problemas bastante graves, corresponde evaluar de que forma han contribuido los países del continente, a empeorar las condiciones. Más allá de las sanciones económicas, el aislamiento al que se quiere someter al país es en primer lugar una contradicción si lo que se quiere es ayudar al pueblo venezolano. El poner fin al diálogo es una insensatez si son los Derechos Humanos y la democracia los principios que supuestamente motivan el malestar contra Venezuela.

Por otro lado, se debería hacer un reconocimiento de Estados Unidos como un interlocutor sin legitimidad para la discusión sobre Venezuela. En primer lugar su pasado intervencionista le condena de forma extremadamente clara, pero también sus actuales amenazas militares, junto a las bravuconadas matonescas de Almagro, no hacen sino radicalizar posturas y tensionar un escenario que podría ser aún peor.

En base a lo anterior, una posible resolución a la crisis que vive Venezuela, depende fundamentalmente del pueblo venezolano, y es un proceso en el cual solo los países de América Latina y el Caribe podrían contribuir a facilitar como mediadores del diálogo entre oposición y gobierno.

Por otro lado, retomando la idea de las sanciones económicas, tanto Irak bajo Saddam Hussein, Irán y Corea del Norte han sido victimas de estas restricciones, y ninguno de esos países ha cambiado producto de estas. El único resultado es que la población sufre de privaciones a elementos básicos.

La crisis en Venezuela es principalmente responsabilidad del gobierno de Nicolás Maduro, pero no se puede hacer a un lado el rol que Estados Unidos y la derecha latinoamericana han jugado en la ecuación. Lamentablemente, mientras exista una  injerencia externa, sobre todo tan falta de criterio como la que representa Luis Almagro, Venezuela seguirá sumida en una crisis aún peor que la que sería por cuenta propia.

Mientras aún no se ve una salida a la grave situación en Venezuela, izquierda y derecha seguirán peleándose la representación del pueblo venezolano, haciendo del país un botín que se paga sobre el sufrimiento y el éxodo masivo de la población.

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