Tania González, artista y taxidermista: «Me empoderé con la bruja que tengo»

Escrito por el junio 14, 2019

Tras seis años de luto por la muerte de su padre, Tania González vuelve conectarse con su faceta de artista con una obra que entreteje vida, muerte y hechicería en un amarre de patrimonio latinoamericano.

Foto por Patricio Baeza (junio 2019)

Muros fracturados, animales caídos y dioramas estropeados amanecieron la mañana del 27 de febrero del 2010, en el Museo de Historia Natural. Debido al sismo que alcanzó una magnitud de 8.8 grados Richter, el edificio debió cerrar durante dos años para reconstruirse. Mientras, el área de taxidermia (técnica de disecar animales) tuvo que buscar nuevas manos que ayudaran en la recuperación de los ejemplares y realizó  una convocatoria a jóvenes artistas.

Así llegó al mundo de la taxidermia Tania González (34), pintora que jamás había disecado un animal, pero que amaba la investigación científica. «Siempre tuve una conexión especial con las ciencias naturales. En el colegio no podían entender que quisiera estudiar arte. Me decían: ‘¡¿Pero cómo?! ¡Si eres el mejor puntaje en la historia del colegio!'», recuerda González.

Al quedar seleccionada, el jefe del área de taxidermia, Ricardo Vergara, le dio la bienvenida. El museólogo reconoció en ella el potencial para un oficio que «no todo el mundo puede aprender», y durante el tiempo que duró la recuperación del museo, se convirtió no solo en su maestro, sino que también en un gran amigo.

González siguió trabajando como voluntaria en el museo, realizando la labor de perpetuar el patrimonio de la fauna. Sin embargo, fue entonces cuando la artista tuvo la idea de ocupar sus habilidades como taxidermista para su oficio de pintora, y decidió disecar animales para ocuparlos como modelos en sus obras. «No tenía esa sensibilidad de reconocer el pelaje. Ahí dije que necesitaba animales», explica.

Entonces, contactó a un familiar lejano que tenía un criadero de aves y con un cooler fue a Curicó a recoger los animales que, por circunstancias externas, morían. Conversando con él, se enteró de que su abuelo traía animales al país y, cuando estos morían, los mandaba a taxidemizar. «Eso lo vine a saber cuando ya estaba metida en todo el embrollo. Ahí pensé: ‘Estoy destinada a esto, lo llevo en la sangre'», cuenta la artista.

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Una tarde cualquiera se oía el llamado del timbre. Poco después, cruzaba la puerta la poetiza Stella Díaz Varín o la escritora Diamela Eltit, y se unían a una noche de música, poesía y conversación junto a otros artistas del underground. En medio del carrete, en el que quizás Díaz Varín, un poco pasada de tragos, haría ofrecimiento de combos, se encontraba la pequeña Tania.

Con un padre músico y una madre poetiza, González creció absorbiendo un bagaje cultural de primera mano, nutrido por los grandes artistas amigos de su familia. Solo gracias a ese amor al arte, sin haber tomado nunca un pincel, decidió que se dedicaría a la pintura. «Mi historia con la pintura tiene que ver con la verdad, con solo escuchar, solo ver, cómo se movían, los relatos que decían», recuerda González.

El 2008 obtuvo su licenciatura en artes más un título profesional de pintora en la Universidad de Chile. Allí conoció a otro de sus grandes maestros: Rodrigo Vega, quien fue su profesor de pintura y de narrativa audiovisual. «La formación que tuve con Vega fue fundamental para llevar la pintura a explorar otros campos. Desde la pintura nos enseñaba a crear imágenes y a unir lo que fuera con ellas», afirma González.

Sus aprendizajes sobre el mundo escenográfico fueron cruciales para el desarrollo de su arte, cuando la pintora vio su taller repleto de animales disecados. Por motivos éticos, la artista no vende hasta el día de hoy, su taxidermia: «Yo siempre fui vegetariana. Tomo a los animales como un ‘acto ritualoso’ para perpetuarlos y resignificarlos. Prefiero perpetuarlos que comérmelos. Ellos sin quererlo llegaron a mis manos. No voy a ocupar su cuerpo para la comercialización».

Tomando elementos de la escenografía, Tania González dio un nuevo paso en su obra, y comenzó a elaborar bodegones uniendo animales reales y pintura. «Me encantaba esa imagen política que existía de los bodegones en el renacimiento. Había hambruna, y el palacio tenía una imagen llena de flores y animales colgados, como diciendo: ‘Aquí está el poder'», recuerda González.

«Prefiero perpetuar (los animales) que comérmelos. Ellos sin quererlo llegaron a mis manos. No voy a ocupar su cuerpo para la comercialización»

-En ese tiempo, esa imagen me enloquecía mucho, y estaba súper emocionada trabajándola. Pero se murió mi papá y se acabó todo. Estaba trabajando con la muerte, con el poder, y me pasó en la vida real. Ya no era una significación, ni perpetuidad. ¿Qué mierda hago pintando monitos muertos si se murió mi papá?- señala la pintora que, decidió entonces, tomarse un tiempo del arte.

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En la vida de Tania González, las experiencias ligadas a la brujería han sido numerosas. «Mi papá era medio brujo. Aparte de ser pianista, hacía grafología, el estudio de la personalidad a través de la letra», señala la artista. Cuando tenía nueve años, le regaló su primer mazo de tarot, el que fue uno de sus primeros acercamientos al esoterismo.

-Mi papá me decía «gitana», por cómo veía el tarot, por un semblante o una forma de vida… No solo él, mucha gente me dice que tengo que ver con lo gitano- explica la pintora. Incluso, recuerda que en un viaje a Cuba, los brujos la miraban y le decían: «Saluda, está tu gitana atrás».

Tras la muerte de su padre, González se alejó del arte y se dedicó de lleno a realizar exposiciones con fines educativos y científicos. Sin embargo, ya transcurridos seis años, recordó algunas palabras que su padre le dijo cuando ella trabajaba en el museo: «Déjate de huevear, no hagas nada más que pintar«.

«Recién sentí que acabó el duelo fuerte y que tenía que despegar con lo que sé hacer: pintar», recuerda. Tania González expresa que ahora comienza una nueva etapa en su vida y en su obra: «Este tiempo ha sido un proceso de empoderarme con esa bruja gitana que tengo».

La artista decidió sumar esta esencia esotérica a su trabajo, e inició una investigación sobre los embrujos latinoamericanos. El proyecto consiste en 10 cajas, cada una presentará una selección de objetos en directa relación a un amarre específico originario de las brujas de antaño. Los elementos van desde líquidos, piedras, ramas, tejidos y pinturas, hasta réplicas de animales.  «No es que yo vaya a hacer unos amarres, sino que es una representación, que cuenta con su antídoto específico metido ahí», explica.

Su primer trabajo es una caja que reúne una serie de elementos utilizados a lo largo de Latinoamérica para realizar amarres con una rana. «Dice así: ‘Mate una rana, sáquele dos huesos del pelvis y tírelos al río. Uno va a seguir el curso, y el otro va a ir en contra, ese usted lo agarra, hace un anillo, le pone incrustación del otro hueso. Le da ese anillo a la persona que desee, y la va a tener siempre sometida. El antídoto para esto, es tomar un litro de leche al pie de la vaca».

Este proyecto le llevará un tiempo de investigación y recolección de cráneos, conchas, piedras, entre otros. González afirma que siempre ha trabajado por rescatar el patrimonio animal y vegetal. Hoy se dedica a perpetuar el patrimonio de la brujería de Latinoamérica. «Soy solo una herramienta, junto todos los conocimientos, los golpes, alegrías y todo lo que me ha pasado, para materializar esto. Son escrituras ancestrales que tienen que salir a la luz. Ése es mi fin», concluye.

 

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