Las feministas también nos enamoramos (y nos rompen el corazón)

Escrito por el agosto 12, 2019

«Acaso ¿no quisiéramos decirle a Frida Kahlo que su vida hubiese sido más provechosa si es que hubiera cortado de una vez por todas su relación tormentosa con Diego Rivera? ¿Y si Simone se decidía por abandonar del todo a Sartre y no estar en una relación abierta que le trajo más problemas emocionales que libertades?»

 

Ilustración realizada por @Beavaquero

Cientos de libros, canciones, obras de arte y poesías, retratan el amor como una experiencia vital y transformadora en nuestras vidas como también, una de las peores maldiciones que puedes experimentar. Esta dualidad pareciese tratarse de cuán grande y miserable nos puede hacer sentir el amor, o, mejor dicho, de quien nos enamoramos. Y esta experiencia, pareciese complejizarse cuando una se dice a si misma feminista. 

Por ahí en los años ochenta, el diario El País de España publicó una entrevista a Kate Millet, feminista radical y escritora de libros importantísimos como Política Sexual y Viaje al manicomio. Lidia Falcón, una gran escritora feminista española y quien la entrevistó, le preguntó qué significaba para ella el amor. Kate, una mujer que se relacionó con hombres y luego decidió ser lesbiana, respondió que «el amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas. Mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban. Tal vez no se trate de que el amor en sí sea malo, sino de la manera en que se empleó para engatusar a la mujer y hacerla dependiente, en todos los sentidos. Entre seres libres es otra cosa».

«El amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas. Mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban»

Recuerdo que cuando leí esa frase años atrás, todo se me removió por dentro. Pude recordar cuántas veces de pequeña fantaseé con ser amada y amar a un otro, en lo fascinante que sería ser escogida por un hombre, incluso llegar a pelearme con mis compañeras de clase por la atención de algún compañerito torpe y con la testosterona a mil por ciento. Y también empecé a encontrar respuestas en la vida de las mujeres que me rodeaban como en la mía. No era azar que mi hermana haya intentado quitarse la vida tras una ruptura amorosa y también que muchas de mis amigas -incluyéndome-,  mantuviéramos relaciones tóxicas con hombres.

Ser mujer no se trata de un simple dato biológico, sino también de un proceso histórico, material y social. Y por ende, la socialización femenina, aquélla cruz que la cultura masculina ha creado y nos ha cargado para toda la vida, ha resultado ser el origen de nuestra opresión.  Es por ello que ser mujer y amar, es muy distinto a lo que sería ser hombre y amar.  El hombre cuando ama es a través de la dominación y el poder como nos ha mostrado la historia, en cambio, nosotras cuando amamos, es desde nuestra sumisión, entrega y afecto.  Descifrar esta dimensión nos ayuda a entender que existen diferencias irremediables entre hombres y mujeres, y por lo mismo, formas de observar el mundo muy distintas. Tal y como lo decía Virginia Woolf en Tres Guineas: «aunque vemos el mismo mundo, lo vemos con ojos distintos». Imagínense entonces lo que sucede en el campo del amor.

 

Sostengo que como feministas podemos enamorarnos, incluso lograr amar de esa forma libre que Kate mencionó hace unas décadas atrás. Sentir la piel de otra persona cercana a la nuestra, saborear otro sexo, amarse tiernamente e incluso mirarse con inocencia, como si el tiempo no existiera, como si fueran las dos personas más afortunadas en el mundo por amarse, compartirse, existir. Creo que esa forma de amar es el sentimiento más puro y sincero que podemos experimentar y como mujeres no podemos ni deberíamos privarnos de el. El conflicto está en que el amor  y la heterosexualidad han sido una herramienta milenaria que los hombres han utilizado para mantenernos y autoconvencernos de nuestra subordinación.

Las dueñas de casa son un ejemplo muy ilustrativo para este punto. Mantenerse encerradas en cuatro paredes creyendo que ese es el único destino posible para una mujer, se convierte en un tipo de esclavitud muy normalizado. Pues una «buena mujer» para reflejar amor hacia su esposo, hijas e hijos, debe recluirse y cumplir con labores  del hogar, dependiendo no sólo económicamente sino también emocionalmente de sus pares. Es la mujer quien se sacrifica por amor, quien actúa en base al bienestar de otros, nunca por sí misma, perdiendo su propia humanidad. Sin embargo, nosotras como feministas en esta nueva era, hemos corrido una mejor suerte y sabemos que existe primero, una gran injusticia en que mujeres se queden en la casa sin una remuneración por su trabajo y segundo, que el amor en este caso, pareciese ser más un castigo que una bendición.

Es por ello que debo admitir que el escenario para las mujeres que optamos por estar con hombres es desalentador y complejo. Amar a la clase que nos mantiene como sujetas oprimidas, resulta ser una mierda la mayor parte del tiempo y, por lo mismo, cuestionarnos la heterosexualidad obligatoria como modelo y régimen es más necesario que nunca.  Adrienne Rich, escritora lesbofeminista, desarrolla la idea de que la heterosexualidad no es natural ya que existe una necesidad de los hombres en controlar a las mujeres a través de su propia sexualidad y cuerpo sexuado. La civilización masculina para su correcto funcionamiento ha tenido que recluir, explotar, usar y marginar a mujeres y convencerlas de amar a hombres.  Por lo que «la heterosexualidad ha sido impuesta a las mujeres forzada y subliminalmente».  Y es esta misma heterosexualidad, la que es mortal para muchas de nosotras, pues las mujeres son asesinadas en manos de hombres.

Sin embargo, sentirnos culpables por amar a un hombre, no debiese ser en sí un problema, sino más bien, debemos preguntarnos si cuando amamos a un hombre lo amamos a él como persona o porque te entrega la atención que crees que necesitas de un hombre. Me explico: si entablas una relación con un hombre esta debiese ser por amar la idea que tienes de él como persona individual y no porque necesitas tener un hombre a tu lado.  No obstante, en cualquiera de los dos casos se siente estar en una arena movediza pues no debemos olvidar que esta diferencia sexual y social, genera que los hombres nunca puedan saber ni dimensionar las injusticias que vivimos siendo mujeres y que ellos mismos son el patriarcado. Pero lo más importante, es que tu, como mujer, puedas visualizar tu existencia y desarrollo como persona, sin la necesidad de estar junto a un hombre.

 

 

Quizá alguna vez hayan leído algo sobre Mary Wollstonecraft, escritora inglesa que hizo la Vindicación de los derechos de las mujeres. Esta mujer viajó a Francia en plena época de Revolución Francesa para afirmar que, si los hombres creaban La Declaración de los Derechos de los Hombres y del ciudadano, las mujeres también estaban en todo su derecho de ser consideradas ciudadanas. A pesar de que esta gran mujer se enfrentó al más cruel machismo de la época con una gran fortaleza y garra, perdió lo que podríamos llamar «cordura» por un hombre.  Mary que se creía tan fuerte y decidida, no pudo aceptar el rechazo de Gilbert Imlay, un gringo aventurero en Francia y decidió suicidarse dos veces: una saltando de un puente, otra con «láudano», un tipo de opio (irónico ¿no?). No obstante, en ambas fue rescatada impidiendo su muerte.

Y como Mary, existieron y existen muchas feministas más que enloquecen por amor y se pierden a sí mismas por la necesidad de que un otro las tome en cuenta. Es aquí entonces donde quería llegar: las mujeres, en este caso feministas, a pesar de tener conciencia sobre el tipo de opresión que se vive por ser mujer y ansiar la liberación de las mujeres, seguimos cayendo en la necesidad de aprobación masculina como si esta fuera nuestra única realidad o lógica para vivir. Acaso ¿no quisiéramos decirle a Frida Kahlo que su vida hubiese sido más provechosa si es que hubiera cortado de una vez por todas su relación tormentosa con Diego Rivera? ¿Y si Simone se decidía por abandonar del todo a Sartre y no estar en una relación abierta que le trajo más problemas emocionales que libertades?

Creo que mi respuesta para esto y que se debe gracias al gran proceso por el que atravesé, es que amar y estrechar relaciones con mujeres es una forma de hacer política y no sucumbirnos en la desesperación. Y no hablo de amar a mujeres exclusivamente en el plano sexual, sino más bien, cuando creemos en nosotras y abandonamos la civilización masculina junto a sus ideas y anhelos,  cuando decidimos no priorizar a los hombres en nuestras vidas y optamos por amar a las mujeres que nos rodean, en sanar la relación con nuestras madres, en creer en nuestra fuerza creadora y transformadora como también reencontrarnos con nuestra genealogía de mujeres, se traduce en una victoria para la mujer y el feminismo, pues el patriarcado deja de tener credibilidad en una, como dice  Andrea Franulic, feminista de la diferencia.

Es por esto que como feministas no podemos privarnos de algo tan trascendental como es el amor, pero tampoco debemos olvidar que, en el acto de amar, sobre todo a un hombre, tenemos que ser cautelosas. Estar junto a un hombre no debiese significarnos cansancio ni dolor. Mucho menos culpabilidad. Debemos obligarnos a no cometer los mismos errores de mujeres de antaño y así no terminar perdiéndonos en la sombra de un otro. Por tanto, creo que tenemos que ser conscientes de que primero está una junto a todas las mujeres del mundo, y eso impide que te caigas. O si lo haces, al menos sabes que no estás sola.

Lo más lamentable de esta situación, es que de todas formas, es inevitable que en el acto de amar, también nos rompan el corazón. Y ese dolor que pareciese que quemase todo por dentro y te parte en dos, te confirma que quien te acompañará toda la vida eres tú misma junto al calor de otras mujeres del mundo, pues solo nosotras podemos entender y saber lo que significa habitar el mundo siendo mujer. Con sus torturas e inseguridades. Con sus torbellinos y maravillas.

Claro que esta idea no sana mágicamente el sufrimiento de perder alguien en tu vida ni de calmar la desesperación de nunca más volver a tomar su mano ni besar sus labios, pero sí creo que abandonar o querer abandonar la validación de un otro para abrazar nuestras penas y silencios, de darnos una oportunidad amando a las mujeres de nuestra vida, resulta sanador e incluso revolucionario.

O al menos, eso creo.

E intento hacer.

 

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