Eva La Medallita: «No quiero ser famosa, lo que quiero es que nos ayuden»
Escrito por Radio JGM el junio 29, 2023
El 22 de abril de 1973, unos meses antes del Golpe de Estado, un grupo de personas homosexuales, trans y travestis se apoderaron de la Plaza de Armas para exigir libertad. Nadie sabía que esa iba a ser recordada como uno de los precedentes más importantes para la historia de las disidencias sexuales y de género en Chile. En estas páginas recorreremos la vida de quien a los 17 años organizó la primera marcha LGBTIQ+ de Chile, Eva, conocida como “La Medallita”.
Por Dani Gajardo
Una vez escuché la historia de cómo un grupo de travestis, trans y maricones se armaron de valor para exigir a vivas y a locas un poco de libertad. De eso se trataba, de solo un poco de libertad. No pedían más que acabar con la brutalidad policial. No necesitaban más que la posibilidad de vivir con tranquilidad. En ese entonces las cosas eran distintas para las personas de lo que hoy se conoce como disidencias sexuales y de género. Lo mínimo se hacía imposible y lo imposible era pedir el mínimo.
Conocí este relato a los 17 años, la misma edad que tenía Eva “La Medallita” cuando organizó la primera protesta LGBTQ+ en Chile. En ese entonces no se pensaba que esa loca que “patinaba” en la Plaza de Armas para sobrevivir, iba a ser la gestora de ese momento histórico. Nadie esperaba que se levantara ese comité cola – travesti que dio cara por los derechos de todas las mariconas.
El día que nos juntamos para entrevistarla, Eva me estaba esperando en una esquina del Barrio Yungay. Caminamos unas tres cuadras hasta la casona donde arrienda una pieza. Me invitó a pasar, me senté y ella se paró entre su cama y el comedor. Apenas tuvo la oportunidad, sacó una bolsa blanca que tenía colgada en la pared. Eran puras fotografías de portadas de diarios de 1973 que comentaban la protesta en la que participó. Más tarde me contó que esas fotos recorren el mundo junto a un documental que hizo hace poco. “La del medio soy yo, esa es la Chofi de Talca, y esta es la Sandy, que murió”, dice.
“Era la más buenamoza”, dice mientras se mira joven y coqueta en las fotos. Encontraba guapo-cuenta- a quien aparece dándole un beso en la mano en una de las imágenes; dice que no le gusta dar entrevistas; que nunca le tomó el peso a esa protesta que organizó el 22 de abril de 1973, y que, con los años, casi se le había olvidado.
A sus 68 años, la fama le importa bien poco –comenta- y agrega que ahora necesita una sola cosa: reconocimiento y reparación. “Hubiese sido famosa cuando joven, que era encachado. Lo que quiere una es que se metan la mano al bolsillo y reconozcan lo que hicimos. Nada más”.
Mientras le pedía que se presentara, me di cuenta que me llegaba el reflejo de un cuchillo cocinero que había encima de la cama de Eva, como si lo hubiera dejado a la vista a propósito. Después de todo, todavía queda de la Eva que convirtió la calle en el campo de batalla de una lucha que la obligaron a pelear. Lo primero que le advertí, es que yo soy muy curiosa. Se rio y me dice que le pregunte lo que fuera, que ella habla de todo.
Eva es la menor de cinco hijos y era regalona de su mamá. A los cinco años se dio cuenta que era distinta, porque cuando le rozaba su mano a su primo chico mientras jugaban, se sentía “rara”. Cuando iba al colegio, le gustó un compañero, pero se acabó cuando él le dijo que le gustaba una niña.
Me contó que su papá era “un bruto de mierda”, que no tenía juguetes cuando chica, que quería seguir estudiando, pero que no le compraba los útiles, e incluso que intentó hacer la Primera Comunión, pero no pudo porque no le compró el traje. Llegó solo a cuarto de preparatoria.
A pesar de que vivía en una casa quinta de su papá en Puente Alto, con muebles finos y habitación propia, prefirió ́irse a la calle. Se cansó de la violencia y de que le contaran las cucharadas de azúcar. A los nueve o diez años se arrancó de su casa porque su papá era machista, y no podía ni verla porque se parecía mucho a él. Como era una casa grande, cuando se quedaba sola se escondía y se ponía a jugar con los vestidos de su mamá. “Una vez mi papá me pilló bailando y me sacó la cresta. Yo andaba con un vestido a media pierna y los tacos altos blancos bailando en el patio, porque una se siente mujer desde niño”, dice Eva.
Cuenta que a esa edad se unió a un circo, que la buscaban por la radio, pero que ella sola después llegó. “Volví, pero no a quedarme, era para que supieran que estaba bien no más”, dice. El dueño del primer circo al que se unió la aceptó arriesgando multa, porque Evita era menor de edad. A ella le gustaba. “A los colas le gusta lucirse”. Ahí aprendió de todo. Siempre que faltaba alguien, ahí estaba, la estrella del circo. “Me fui en un circo bien pobre, se llamaba Liberti. ¡Era lleno de parches el circo! Después cuando fui creciendo, entré a circos regios, estuve en el Luna Park e, comentaba.
Se fue de gira por Chile en el Circo Frankfurt, y en el Luna Park trabajó hasta con Palmenia Pizarro y Lucho Barrios. Le aplicaba a todos los números de circo. Malabares, trapecios, dandy, si total era chica, así que aguantaba. “A veces cuando no había artistas sacaban la función conmigo. Abusaban. Me daban una cagá de plata, y como me gustaba lucirme, tampoco me importaba lo que me dieran”, recuerda Eva.
En el circo empezó a conocer la libertad, a explorar. Incluso tuvo un amorío con el que hacía los columpios, y por eso no se quería ir. “No quería que todo el circo supiera lo que yo era. En esos años te hueviaban, te discriminaban, te decían miles de cosas en todos lados… Si yo tenía una relación, el hombre se quedaba callado y yo también: listo. Si hablaba quedaba la cagá”.
Apenas había recorrido la capital, cuando fue al Café Santiago. Esa fue la primera vez que Eva conoció el centro, y la Plaza de Armas. Le habían dicho que ahí iban los artistas a buscar trabajo, así que se aventuró. La recibió Gilda, una bailarina de tropical que le ofreció trabajo. Eva le dijo que aceptaría solo si le buscaba a más artistas.
Le consiguió a un cabro bien “buen mozo”, dice Eva. “Pero después les di la dirección no más, yo no me fui con ellos, y ahí conocí la famosa Plaza de Armas, po’ niña”, confiesa. Ese fue su primer acercamiento al ambiente del circuito prostibular de Santiago, donde llegaban casi todas las travestis y colas que se arrancaban o echaban de sus casas.
«Mapeo prostibular»
Eva habla con orgullo sobre cómo la Plaza de Armas le permitió ganar más plata. Afirma que en la Plaza triunfó. Decía que los hombres se lucían con ella, hasta los “viejos high”, porque tenía el pelito amarillito, rubio natural, y unos ojos “uff, pa’ qué te cuento”. Si hasta la mandaban a buscar para que se fuera al Hotel Sheraton. Me contó que algunos de los clientes decían “vengo con mi sobrino”, para que los dejaran entrar a los hoteles.
En la Plaza conoció la libertad. Ahí era, según ella, más loca que el día, solo le importaba, dice, “mover el poto” para sobrevivir. En esos años, la gente conocía la Plaza por ser un punto de encuentro para quienes ejercían el trabajo sexual. Todas llegaban ahí. Según Eva iban “escalando”. Primero la Plaza, después se iban a Paseo Huérfanos, luego a calle San Antonio, en Santiago centro, y después a la Avenida Condell en Providencia. “Todas llegábamos a la Plaza porque no sabíamos que podíamos estar en un lugar mejor y ganar más plata”, explícame Eva. Después, cuenta que cuando se iban de la Plaza, volvían a “puro hueviar”. “Nosotras como ya éramos regias, gritábamos «¡Uy, maricones pobres!», y de ahí habíamos salido nosotras”, comenta entre risas pícaras.
En la Plaza de Armas su identidad floreció. Ahí fue donde supo que las personas homosexuales se podían “vestir de mujer”. Eva estuvo un tiempo “patinando” en Providencia, pero después volvió al casco histórico. Un día, recuerda, llegó La Tigresa, una de las “colas” que ejercía en la Plaza, a conversar con unas amigas de Eva, mientras ella escuchaba desde el banco del lado.
–Fijate que en la noche, niña, yo me pongo minifalda, taco alto, me pinto, me veo regia, y los hombres me pagan. Vieras tú. Me besan el cuello. Bailando bolero me besan en la boca…–, decía La Tigresa.
Cuando Eva escuchó, alucinó. Se pasó todas las películas. Ella quería ser a quien besaran bailando bolero. Ella se quería sentir mujer. “Si esta es fea ¿cómo iré a ser yo?”, pensaba Eva. “Para mí fue algo nuevo. Algo que soñé. Lo soñé en el momento que escuché lo que hablaba el colita este. En todo lo que decía, me veía yo, no lo veía a él”, me dice Eva.
No aguantó más, así que apenas vio sola a La Tigresa, le preguntó si la podía llevar a trabajar con ella a San Camilo. La Tigresa, cuenta Eva, en ese entonces estaba en una casa que le decían La Mal Molesto. “La dueña de la casa dijo que sí”, le dijo La Tigresa al otro día. “Pero tienes que cuidarte. Tienes que esconderte cuando la señora diga que viene la comisión. Arrancarte y esconderte ahí en la pieza de ella, que hay una caleta en el piso, debajo del comedor”, le advirtió La Tigresa.
Eva tenía 17 años cuando llegó a “patinar” a San Camilo. No sabía andar ni con tacos, pero ahí aprendió. “Si andabai’ igual que un huevón, patas abiertas, no sabes ni sentarte como mujer… Si ahí uno tiene la escuela, ahí uno aprende a ser femenina. No era masculina, pero con taco alto cambia la cosa”, indica.
Cuenta que tuvo suerte con el lugar que la recibió. Paulina, la hija de la dueña de casa, fue la primera que la ayudó. “Las mujeres no se sientan así… Pierna arriba mejor”, le decía Paulina. “Yo le voy a prestar a la Eva, porque es bonita igual que yo”, decía Paulina. Le pasó una minifalda y un “bolerito” verde. Ahí empezó Eva, pero le duró solo dos meses. La echaron porque era menor de edad y porque la “policía se puso pesada”, así que les traía muchos problemas. Y volvió al centro, pero aún así visitaba San Camilo. Le decían “ojalá que cumplas luego la edad, para que te vengas pa’ acá», comenta Eva.
Mientras conversamos, Eva recuerda a sus compañeras de San Camilo. Había una a la que le decían La Paloma y que siempre le regalaba pantalones, camisas y zapatos que estaban a la moda “Toma, niña”, le decía La Paloma, “pa’ que patines, pa’ que te vaya bien”. Eva explica que patinar es pasearse por las calles hasta que se acerquen los clientes.
“Yo no llamaba a los hombres, ellos me llamaban a mí. Para un auto y te hace con las luces… Tú sabes que te está llamando a ti…”, explica Eva. Sin embargo, ella siempre prefirió ir a la casa de sus clientes o a hoteles. Ella sabía de una “picada” al costado del Mapocho, el Hotel El Rivera, el único que conocía Eva que aceptara colas, dice.
El día que se montó en los tacos
La primera vez que se vistió de mujer, se puso unas chalas barbarella que, según Eva, sentaban muy bien con sus piernas sin bellos. Cuando cruzó la puerta, se dio cuenta que tenía una desabrochada. Cuando se estaba agachando llegó un “guacho bien bonito”, que la quería ayudar. “Cuando me van diciendo que era cafiche, nunca más lo miré. Le gusté al huevón, debió haber dicho: puta, esta me va a dar la plata, pero a mí nunca me gustaron los cafiches”, comenta.
La primera vez que se vistió de mujer, no se trataba de qué tan linda se veía. Ella esperaba sentirse mujer, que los hombres la invitaran a bailar, que quisieran conocerla, que la trataran como mujer. “Todo fue nuevo. No me sentí el cola de la Plaza de Armas que andaba patinando,,,. Ahí yo era mujer po’”.. Cuando empezó a vestirse con ropa femenina, recuerda que la dejaban a entrar a los hoteles, y que ni carnet le pedían, porque ella “pasaba” por mujer.
Eva conoció el mundo en San Camilo. Fue el primer lugar donde su identidad fue valorada, afirma. “El prostíbulo me enseñó”, dice. Ahí aprendió a ser culta, a conversar de todo. Ahí aprendió a sobrevivir. “Si tu atiendes clientes regios, de banco, ingenieros, arquitectos… Imagínate que un cliente mío era el Prefecto de Investigaciones, cuando yo era puta en San Camilo”, confiesa Eva.
Eva era observadora. Sabía ingeniárselas sola, pero también aprendió cómo funcionaban las dinámicas en San Camilo. Recuerda cuando estuvo un tiempo en Talca. Había una cantina donde ella iba a “hacerse la bonita”. Llegaba al lugar con un vestido largo abierto a los lados, dejaba caer su pelo rubio natural que le llegaba casi a la cintura, y prendía un cigarro a la espera del cliente ideal.
Aceptaba a quien le ofreciera buena conversación y tragos, porque le pagaban una comisión por lo que compraran sus clientes. Si le ofrecían vino, se negaba, ella solo tomaba primavera, una vaina, o un submarino. Cuando los clientes le compraban whisky, ella ya había acordado con el cantinero para que le sirviera té. Apenas el cliente mirara para otro lado, lo botaba, y luego se iban cuando habían consumido lo suficiente. “Nos quedábamos por una noche, o por una hora, porque así era: la noche, una hora, o el momento”, explica. “Yo no bailaba con cualquier huevón, ni iba a estar toda la noche saltando por un momento todo cagado. Yo me preocupaba de hacerme valer”, enfatiza La Medallita.
Cuenta que ella no perdía el tiempo con “huevones torrantes”. A lo más a veces aceptaba albañiles, pintores, o peluqueros para no pasar la noche en la calle, me dice Eva. Aunque algunas preferían dormir en la misma Plaza de Armas, donde en ese tiempo Carabineros estacionaban los furgones. “Me buscaba esos gallos, aunque me dieran, ponte tú, tres o cuatro lucas de ahora. Después se me hacía tarde y se me abría la puerta y tenía comida, y me iba limpiecita al otro día al centro”. En algunas ocasiones, hasta lavaba y planchaba su ropa en la casa de sus clientes más de confianza. “Salía como una reina pa’ fuera, otra vez a patinar”, cuenta.
-¿Y por qué le decían “La Medallita”?
–En los cabaret que estaba cuando joven habían unos salones, y yo daba unas vueltas, casi creencias de brujos, y ligerito se llenaba de gente. Entonces me pusieron “La Medallita de la Suerte”, porque llegaba clientela al tiro. En el ambiente teníamos todas sobrenombres. Por ejemplo, había una que era flaquita, le decían “La Patita de Vela”. Otra que hablaba así… Le pusieron “La Gallina”. A la Raquel, mi amiga, le decían “La Tarzana”, porque era grande. Había un cola que era inmenso de alto, le decían “La Larguero”. Todas tenían sobrenombre.
–¿Y esto de los sobrenombres era para tirar la talla?
–No, po’. Teníamos que tener nombre de mujer, no le iba a decir a un cliente que me llamaba Jorge po’: era Eva. En esos años, para que tú sepas, no era como ahora. Éramos contados con la mano los que demostrábamos lo que éramos, y los que nos pintábamos de mujer. El cliente antiguamente, cuando entraba en un cabaret, nos miraba como mujer. Teníamos trucos para acostarnos con ellos y para pasar por mujer también. Había que hacerlo para ganar billetes. Uno metía cualquier chamullo, y si no, se hacían otras cosas igual. Cuando te ibas a acostar con un cliente… El hombre lo único que quiere es tener sexo y besarte, y cosas por el estilo. Entonces uno siempre se cuidaba estas partes (se toca el pecho), porque en ese tiempo no se usaba la silicona. Una se llenaba las tetas con medias viejas y cosas.
–¿Qué pasaba si alguien cachaba?
–Si había un hombre que cachaba, una le devolvía la plata y lo echaba no más po’. Se evitaba el problema. Me tocó muy pocas veces, porque yo pasaba por mujer. Una vez me pasó una talla bien fea. Entró un hombre y me apuntó con una pistola, y una ahí tiene que tener fuerza y valentía, yo le decía «¡Dispara, po’, huevón!¡Dispara!¿Qué creís que te tengo miedo?». Mentira. Estaba cagada de miedo. Pero él no disparó. «¡¿No eres valiente?!», le decía yo. “¡Ahí tenís tú cagá de plata», le dije yo, y se la devolví. Si tú no eras así, olvídate, el huevón te quita hasta la plata que habías ganado. Y ahí se fue. Salía perdiendo si él te hacía algo también, ahí se metían todos los de la casa de putas. Habían cafiches, había huevones que ponían la música, que le decían campanilleros. Así que igual salía bueno pa’ na’ si te hacía algo. Te defendían. Porque ahí éramos una familia dentro de todo. Comíamos juntos. Si había una fiesta bailábamos juntos, con los cafiches y todo el cuento.
–¿Y qué piensa de eso ahora? ¿De verlo como una familia, de sentirlo así?
–Lo encuentro algo muy bonito. No es por ofenderte a tí, pero éramos muy unidos, y ahora los homosexuales no lo son. Porque no éramos envidiosos, nos apoyábamos unos con otros, y las mujeres igual. Si tú te llevabas bien con las mujeres en el ambiente, a ningún cliente le decían lo que tú eras, pero si te ponías pesado y las insultabas’, cagabas. Tenías que llevártelas de la manito, porque ella la llevaban…. Por ejemplo, para un Año Nuevo -porque tu sabís que siempre hemos sido pretenciosas las colas po’- cuál quería sacar el vestido más lindo y el peinado más bonito y la chala más cara. Yo me compraba chalas en Degas, que era lo último que había en esos años y usábamos vestidos largos… Tú te hacías unos peinados…
–¿Entonces esa plata que recibían no era solo para vivir también era para producirse?
–Lógico… éramos pretenciosas, po’, niña, sobre todo cuando pescábamos un cliente bueno. Lo primero que hacíamos, era ir a comprar las mejores pilchas porque nosotras le poníamos el pie encima a las mujeres po’. Las mujeres ahí no más y nosotras éramos las regias po’…
–¿Y, por ejemplo, se compartían gastos ahí?
–No, cada una mataba su toro, pero si una no ganaba ayudaba la otra. Nunca la dejaban que, por ejemplo, se tomara una once con pan pelao’. No éramos egoistas. En ese sentido, no. Y si una por ejemplo, pa’ un Año Nuevo no tenía para ponerse un traje, entre todas le hacíamos una vaquita para que se comprara uno.
Le pregunté si había vuelto a visitar San Camilo cuando dejó de “patinar”. Responde que todavía está el árbol donde ella puteaba. “Ahora está lleno de autos y eso que ahí es donde triunfé yo”. comenta.
La protesta
“A veces las minorías elaboran otras formas de desacato usando como arma la aparente superficialidad”, escribía Pedro Lemebel en Serenata Cafiola, que publicó en 2008, donde hace un recorrido por el nostálgico sentir marica. Parece que era cierto que el rubor, unos tacos agujas, y un vestido con tajo al costado, hacían sentir mujer a las colitas que vieron truncado su experimentar identitario. Parece que San Camilo, fue el espacio de resistencia donde se atrincheraron las travestis y las colas para poder sobrevivir.
Cuando le pregunté a Eva si había algún tema que no le gustaría tratar, me dijo que no, pero que había cosas que ya estaban “trilladas”. Dice que todo el mundo sabía que los pacos las seguían, que les escupían la cara, que las insultaban, como si se tratara de una larga lista que no fuera a terminar nunca. Como si estuviera cansada de todos los reporteros que pecamos de curiosos -o de morbosos-, y que insisten en que Eva les cuente una y otra vez cómo el Estado de Chile, a través de sus fuerzas policiales, vulneró los derechos de incontables vidas maricas.
“De puro gusto nos llevaban presos. Nos tenían todo el día, niña… Nos pegaban, nos escupían la cara, nos decían ‘hijos de puta’. No existían los derechos humanos”, dice Eva apenas empezamos a hablar de la protesta. Cuenta que varias veces se tuvo que aguantar la “hediondez de los borrachos” con los que compartía celda en la Primera Comisaria de Santiago, “ni si quiera por estar hueviando o loqueando en la Plaza, estábamos conversando y de gusto nos llevaban”.
–¿Y ahí las registraban?
–Sí, y si teníamos anillos o dinero, quedaban ahí po’, niña, si los pacos siempre han sido ladrones.
–¿Y la gente cómo era con las diversidades?
–La gente era muy discriminadora en esos años, se horrorizaban…Porque veían a uno que era femenino… Y otras no po’, otras aceptaban. «Qué culpa tienen ellos», «No sea así señora», decían y retaban a las viejas… Había gente buena y mala. Había un viejo que pa’ la marcha dijo «yo compraría parafina, los rosearía y les prendería un fósforo». Otros nos apoyaban y decían «¡Bien! Reclamen, si tienen sus derechos. ¡Cómo es posible!»
–¿Y cómo se dio? ¿Usted sabe, quizá, porqué en algunos relatos relacionan a La Gitana con la organización de la protesta?
–La cargaron a ella… Porque era la mayor de todas nosotras, tenía 28 años, nosotras éramos todas niñitas, y como era bien loca. Y La Gitana era gitano de verdad. Era mi amigo, yo andaba pa’ todas partes con él, porque él era mi apoyo, porque era mayor, cualquier cosa me defendía, así que yo me refugiaba en él. Era mi amiga, muy buena amiga, tengo muy buenos recuerdos de él yo. Debió haber fallecido, si tenía 28 y yo voy a tener 70…
–¿Se lo cargaron a ella por si había que tomar alguna responsabilidad entonces?
–No, yo creo que lo hicieron porque era la mayor más que nada, pero la organizadora de la protesta fui yo. Fui yo las que las reuní, la que conversé con las personas indicadas para que les dieran permiso… Había una que era… le decían la Fresia, ella en su población era presidenta de una junta de vecinos, y yo le propuse a ella que hiciéramos la manifestación. «Fresia, tu que eres tan metida, por qué no hacemos una marcha, huevona? Es huevá que estos pacos desgraciados nos estén pegando, nos escupen, nos quintan la plata, nos quitan todo'», le dije yo. En ese tiempo yo no era la Eva, era la Carola en la Plaza de Armas… «Pero, Carola, ¿Tú estás de acuerdo que hagamos esto?», me dijo. «Sí, Fresia», le respondí yo. «Ni un problema, yo voy a pedir el permiso, tu júntame la gente, pero yo no voy a participar. No puedo, porque soy presidenta de una junta de vecinos, no puedo hacerme ver», me dijo. «Ya ni un problema, yo te reúno la gente», le dije. Y empecé a juntar todos los colas, les dije que íbamos a hacer una marcha, que qué te parece, esto y esto otro… La Raquel, la Fresia, La Viviana…. Ay, un lote. Éramos 20 en total, si no éramos muchas…
–¿Y conocía a toda la gente que usted reunió ahí?
–Yo las conocía… Si ya era mi ambiente, las conocía a todas. Un día paseaba con una, otro día paseaba con la otra,… La que era mi amiga me buscaba, sino me buscaba otra, la cuestión es que todos los días andábamos acompañadas dando la vuelta, y loqueando…
–¿Y la iniciativa finalmente era por la represión policial?
–Por eso fue… En política no nos metamos, porque yo estaba ni ahí, hasta el día de hoy no creo en ninguno de esos huevones. La cuestión es que fue por eso, y logré juntar la gente, y todo po’. Imagínate, con 16, pa’ 17 años, siendo la cabecilla… esperando que me mataran al otro día, porque en ese tiempo te mataban. Si muchas nos volvieron nunca más, a muchas las mataron.
–¿Y el día de la marcha qué hicieron?
–Loqueamos po’, si estábamos con permiso. Si los pacos nos miraban y no nos hacían nada ese día. No nos querían hacer nada los pacos. Nosotros bailábamos… Yo posaba, hacía esa pose que viste tú, que le hago así (estira su mano). Estaban de moda en ese tiempo dos mellizas que se llamaban Pili y Mili, una película, y yo me creía la Pili y Mili. Por eso hago esas poses. Y había una cola, la que tu viste que me está besando la mano, ese era un cola muy bonito de hombre, yo estaba enamorado de él, y yo aproveche el momento, y le dije «Ya, niña, ¡Bésame la mano!», y salió estupenda la foto. Ese no era cola, si era más hombre… A esa le decían La Larguero, ¿si te fijaste que era inmensa?
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Con los ojitos sonrientes muestra la foto donde congeló su fugaz amor con La Larguero, ese cola que “tenía carita de hombre”, y que le gustaba tanto. “Mira mi pelo…”, me dice Eva, “natural, y al jugo, dijo la otra”. Pero si todavía le quedan algunos pelitos rubios, le digo. Me, me mira seria y aguantándose una risa infantil, exclama: ¡Me tiño ahora po’, niña, si estoy llena de canas!
Eva cuenta que el día de la protesta no hubo represión policial, porque ese día tenían permiso. El miedo vino después de la protesta. Si se quedaba patinando en la Plaza, posiblemente la iban a reconocer y tendría problemas. Así que ella arrancó. Al otro día de la protesta, el 23 de abril de 1973, Eva se fue a la casa de sus padres. Ahí nuevamente tuvo que aguantarse las estrictas reglas de su padre machista, pero esta vez, ella era “más diabla”, así que poco le aguantó. “Cuando llegué ya se habían olvidado, pero a la mayoría las habían matado casi”, contó La Medallita. “No se hizo público, ni en los diarios… Los mataban y desaparecían no más –decía Eva– Muchas amigas mías nunca más volvieron”, confiesa La Medallita.
–¿Y qué pensaron después la protesta cuando vieron todas esas cosas que publicaron los medios?
–Yo me sentí regia. Me encantó, si lo hice a propósito, para que mi papá viera ese diario. Porque el viejo como era malo conmigo, lo hice para que él viera y toda la gente que me conocía, lo que era su hijo. Tenía un hermano que tampoco me quería, también lo hice por él. Y mi hermano era luchador, trabajaba, salía en la tele todos los días domingo, en el Titanes del Ring. Era famoso y me vio. Pa’ eso hice más la marcha…eso esperaba po’, que mi papá se avergonzara realmente de mí y con hechos… y mi hermano que era el mayor también, se avergonzó montones, porque mi hermano tenía la misma cara mía. Le decían «¡Niña, saliste en el diario!», y era yo, po’ niña. Nunca había sido mi hermano.
–¿Era para sacarles pica?
–Claro, es que uno quiere, de alguna manera, vengarse y ahí me vengué… y lo hice también para que estos pacos desgraciados pararan… y fue peor. Claro que no me afectó mucho, porque después me metí en el ambiente, después yo arrancaba… Pero era raro que me hicieran algo, porque estuve con una cabrona que tenía mucho poder. Yo no caía nunca presa porque ella le hacía fiesta hasta a los Carabineros… Pal’ día del Carabinero le hacía fiesta. Los atendía de minifalda a los pacos, así que nunca tuve problema. A mí no me llevaban nunca presa cuando estuve en la casa de putas, porque yo entré a la mejor.
El después y el ahora
A Eva, el golpe de Estado de 1973 la pilló en San Camilo, a sus 18 años. “Pasaron montones de cosas, pero yo tuve suerte”, dice la Medallita. Cuenta que durante la dictadura San Camilo seguía funcionando, que tenían horarios y que incluso trabajaban de día vestidas de mujer. “Los clientes siempre han llegado”, explica.
Cuenta que dos veces la llevaron los militares en dictadura y las, dos se salvó. La primera vez que la detuvieron, se tuvo que comportar “de hombre”, porque “sabía lo que le esperaba”. La tuvieron toda la noche detenida y cuando se estaba acabando la jornada, encontraron su ficha de mujer. “Y dice el huevón «quién es la Eva?» ,»quién es la Laucha?», que era un maricón que había caído –cuenta Eva– «Nosotros» tuvimos que decir. «¡Se escaparon, huevonas, porque van a cambiar el turno! Porque si no, no hubieran estado vivas», dijo el guardia. Toda la noche creían los huevones que éramos hombres…”, me decía Eva con una carcajada.
La segunda vez que la pillaron los milicos se la llevaron en un camión al bar “El Hoyo”, conocido por ser un punto de encuentro popular en la época. Querían que Eva La Medallita delatara a quienes estaban dentro. El camión se detuvo a una cuadra de distancia del lugar. Eva caminó hacia la entrada sin dejar de mirar de reojo a los militares arriba del camión, y apenas miraron para otro lado, Eva corrió a subirse a una micro que se venía acercando. “Nunca más me vieron, nunca más me mandaron a buscar a alguien”, dice.
–¿Y en medio de todo eso no surgió en algún momento la idea de volver a manifestarse?
–No, ahí yo estaba en el ambiente ya po’. Ya ahí había cambiado lo mío, el patín se había terminado, y cuándo te iban a hacer caso. Ahí no podían hacerte caso. No tenías un recurso ahí para protestar.
–¿Tenía otras prioridades, quizás?
–Claro, además ya no había caso porque… que no se te olvide que no existían los derechos humanos. No había caso de manifestarse, ni hacer cosas, ni seguir haciendo nada porque lo iba a hacer peor.
Eva La Medallita es de esas personas que la vida les forjó un carácter memorable. Es una sobreviviente que el mundo quiso convencer de que merecía menos, pero ella nunca se lo creyó. Pero para Eva parece que el relato se repite. La historia se repite y pobrecita quien no aguante.
Cuando le pregunté a Eva que pensó cuando en los años noventa, a fines de la dictadura, emergieron colectivos de las diversidades sexuales y de género que se comenzaron a manifestar. Inmediatamente aterrizó la pregunta al pasado reciente. Recuerda las veces que se realizaron convocatorias para conmemorar la Primera Protesta LGBTQIA+ en Chile.
“En la última convocatoria a mí me dio mucha rabia con el Movilh. Porque andan con unos tremendos letreros con fotografía mía y jamás me han conocido, no tienen ni idea quién soy yo, ni siquiera me han dado un chicle, sin embargo, esta otra gente si me han ayudado. Entonces no puedo aceptar eso, porque ellos lucran con las fotografías de uno y no sabían que nosotros estamos vivos. Preocúpense de eso, de ayudarnos, de indagarnos, como lo hizo Víctor Hugo, como lo hizo Ernesto que está haciendo la comedia conmigo… Fíjate que una vez fui a una marcha que estaba aquí en Nataniel, cuando se hizo una marcha grande año atrás, como 10 o 15 años, no me acuerdo, y yo veía que había unas colas de mujer y hablaban y hablaban… Y hablaban de la marcha, y yo ya me he olvidado esto, y dije «si yo subiera, cómo dejo a estos maricones que no tienen idea por lo que pasamos nosotros». No quise hacerme ver no más po’, porque si no, quedan toas’ negras. Porque si les digo, me suben en andas pa’ arriba, pa’ contar lo que yo sabía po’.
–Le molesta que hablen como con propiedad de algo que no vivieron?
–Claro que me molesta porque… Porque ellos no indagaron, no nos buscaron, no nos ayudaron…
–¿Porque no se preocuparon?
–No se preocuparon si estamos vivas, qué nos falta… Como Víctor Hugo, imagínate que Víctor Hugo es periodista, y él mensualmente me está dando dinero y me está dando mercadería. Ernesto, con quien estoy haciendo la comedia, igual. La Katty Fontayne, también me ayuda. Otra que es no binaria, que es la Shein Cienfuegos, también. Y porqué se vienen a beneficiar ellos, con qué autoridad vienen a mostrar fotos de una… Son aprovechadores. Porque imagínate que ese día estaban en la Plaza y la protesta la teníamos al lado nosotras, estábamos las dos con permiso, porque Benjamín, un joven de pelo largo, bien buen mozo, que también pertenece a organizaciones y todo eso, dijo “no po’”, y discutía con el Movilh ese día, que esto, que esto otro… Y había un auto justo donde íbamos a poner los lienzos, un auto rojo, y dijo «no, no quiero ir», y yo le dije «no Benjamín, tu tenis que ahora… agacha el moño, aunque no te guste. Vamos y conversa con él porque esta marcha tiene que hacerse en paz, porque no podemos estar peleando». ¿Cuál marcha triunfó? La de nosotros, no la de ellos. ¿Por qué triunfó la de nosotros no la de ellos? Porque estaba yo la protagonista po’. Por eso triunfó po’, porque a mí me pagaron también para ir, porque yo gratis no fui. Te estoy hablando de la última marcha que hicimos en la Plaza de Armas…
“Yo nunca he sido pesada”-decía Eva-¿Tu sabes que yo tengo una foto con el Movilh?, me preguntó. No alcance a responder y me empezó a contar. Me dijo que ese día apenas la vieron organizadores del Movilh le pidieron una foto, abrazos y besos. “Entrevistas no doy, ni fotos tampoco. Una sola», les dijo. “Puse mis condiciones, porque cómo se iban a beneficiar gratuitamente, los de acá que son más pobres me pagaron”, me explicaba La Medallita.
–Y yo a uno del Movilh lo reté po’. Tuvimos una reunión secreta junto con Benjamín y uno de los que manda ahí. Y le dije: ¿tú con qué autoridad andas mostrando fotografías mías? si ni siquiera me conoces, ni siquiera nunca me has dado un chicle, ¿Por qué andas lucrando con mi foto? Ahí quedó–Decía Eva
–Pero no soy rencoroso. Es que nos querían opacar la marcha, porque ellos sacaron el permiso mucho antes que nosotros. Y la marcha realmente nos pertenecía a nosotros, no a ellos. ¡Porque se recordaba los 50 años de la marcha que hice yo! Cómo les iba a pertenecer a ellos…. O sea, la organicé–se corregía Evita mientras bajaba el tono–, porque la hice significa que estaría yo sola. Me dio un poquito de rabia, pero ahora no, fíjate, no tengo rencor con ellos, porque se portaron bien, hicieron todo en paz. Entonces no guardo rencor. Víctor Hugo está enojado un poco por la foto, le dije «ay niña, si es pa’ que se lleve en paz la cosa».
–¿Y ahora cómo ve las cosas?
Ahora veo las cosas que pasaron, y lo que te estoy diciendo, que se lo digo a todas, a Víctor Hugo, se lo digo a la Shein, que es amiga mía, le digo a la Katty Fontayne, que yo esto, lo que espero, es que nos ayuden, no hacer la fama. c, que nos den una jubilación especial. A toda la gente que le mataron sus familiares por el Golpe de Estado, todos ellos reciben ¿Por qué a nosotros no nos han dado ni un peso?… Si todo lo que sufrimos, todos los daños que nos hicieron, todo lo que nos flagelaron estos desgraciados. Eso es lo que queremos: una reparación. Lógico. Eso es lo que nos pertenece. Si antes tú ibas a un colegio y hasta el profesor te discriminaba po’. Puro daño sicológico, y gracias a dios que no quedamos locos. Imagínate que una vez en Talca nos echaron hasta a los perros para que nos mordieran. A mí me dejaron mordido todo el poto. Y a un colita amigo mío le mordieron hasta los testículos. Una lo único que quiere es vivir mejor, no estar en una pieza, por lo menos en un departamentito ¿no te parece? por lo menos estar cómoda. Eso quiere uno
–¿Y solo de las organizaciones se han acercado a prestarle ayuda?
–Claro, el gobierno jamás po’.
–¿Y en cuanto a las diversidades sexuales y de género como ve que ha cambiado el panorama?
–Ahora ustedes están en una taza de leche po’. ¡Ahora están libres po’, y gracias a nosotras!
–¿Y qué le diría a la gente joven usted?
–Que se cuiden po’. Que no se vayan a acostar con cualquier pelagato, porque ahora los gallos están solamente con interés de matarte o robarte y ahí te dejan tirada. Ustedes tienen libertad, no son perseguidas como nosotras, pero están peligrando también. Nosotras en esos años peligramos con la policía, si nunca uno puede ser libre. Siempre van a haber riesgos, siempre. Ahora, yo pesqué la mejor época. Imagínate, mi juventud… Me pegaron, pero eso no importa. Tuve bueno como malo, pero imagínate que no existía el SIDA po’. Cualquier cliente regio que se acostara con nosotros, sabía que no le íbamos a pegar eso, más nosotros que pasábamos por sanidad todos los meses. Nos ponían una benzatina con penicilina de 2400mg para que no infectáramos a nadie. Ni ellos nos infectaron a nosotros. ¡Ya! Hasta aquí no más llegamos. ¿Vamos?
Nos paramos, me abrió la puerta para salir y me invitó a conocer su lugar de trabajo, que queda cerca de su casa. Un café ubicado en el primer piso de una casona en Barrio Yungay, que también tiene salas de exposición. Me contó que ahí es donde ensayaba junto al elenco de la obra “Yeguas sueltas”, de la compañía Teatro Sur, con la dirección de Ernesto Orellana. Una puesta en escena que busca “un reconocimiento cultural a las protagonistas de aquella icónica protesta”. El elenco está compuesto por personas que pertenecen a la comunidad LGBTQIA+, como Lorenza Quezada, Sebastián Ayala, Ymar Fuentes, entre otres. Para la creación de esta obra, participó Eva La Medallita junto a Marcela Dimonti y Raquel Troncoso, las únicas sobrevivientes que conocemos de la Primera Protesta LGBTQIA+, ocurrida el 22 de abril de 1973.
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