ErotizArte: la historia de tres artistas visuales que borran los límites entre el sexo y el arte

Escrito por el octubre 7, 2019

Aunque nunca habrá consenso de los límites entre el sexo y el arte, lo que sí está claro es que cada vez son más quienes se atreven a experimentar y exponer aquello que la mayoría hace a puertas cerradas. Una performer, un fetichista por el cuero y una transformista que practica sexo en vivo fueron parte del Festival de Arte Erótico, un evento hasta ahora secreto. 

@andresvalenzuela.cl

 

El desnudo como libertad, como fin al cartuchismo

Ayelen Flores (27 años)

Me daba miedo que me tocaran, que la gente se sintiera con ese derecho, de creer que podían acercarse.  Y la performance tiene momentos que son lentos en que nos tocamos entre nosotros. Cuando llegué nos decían: “Acérquense a las personas y bésenlas, acarícienlas, huélanlas” y yo pensaba: «Y si esa persona se sobrepasa, ¿qué voy a hacer?».

Me lo cuestioné, me pasé muchos rollos la primera vez. Pensaba que igual habrían registros, se sabría y en un lugar inapropiado se podría filtrar a la prensa. Yo soy monitora social, trabajo con niños. Me lo cuestioné.

La primera vez que hice algo desnuda fueron fotos. Estaba fuera de Chile, me lo ofrecieron como algo súper tranquilo y yo lo encontré bacán. Cuando las vi dije: «Aquí no hay nada de erotismo ni de sensualidad, son solo fotos muy bonitas». Me gustó mucho sacarme el prejuicio de que si estás mostrando piel, estas provocando a otros.

La primera vez que me presenté con DESperformance éramos cinco personas en una fiesta chiquitita, pequeñísima, casi una celebración de cumpleaños en un segundo piso de una casa.

DESperformance es una producción que sale desde FAE (Festival de Arte Erótico) y lo crearon como un pequeño experimento al desnudo, una intervención dentro de los espacios. El Festival lleva cinco años y DESperformance uno.

Yo me dedico al circo y un compañero con quien había trabajado me invitó a un ensayo y fui a ver de qué se trataba, porque me interesaba la idea de que hicieran intervenciones al desnudo.

El tema del desnudo para mí es algo necesario, porque hay demasiado tabú, demasiado cartuchismo, demasiada vergüenza al cuerpo. El cuerpo está definido como un morbo y el morbo está en la cabeza de las personas, ¿cachai?

Acá en Chile irrumpir con desnudos en una fiesta, o en un espacio de teatro, o donde sea, todavía genera cosas súper fuertes para la gente.

Independiente de la intención, la interpretación es personal. La performance tal vez la descubriste bajo un contexto erótico, pero no es que nosotros interpretemos ese papel. Eso también depende del espacio donde se haga la performance y según quién la vea, en qué estado la vea, a qué hora. No es lo mismo verla a las tres de la mañana en una fiesta, con todos empastillados, que a las cuatro de la tarde teloneando una obra de teatro.

La performance es una sola. Es cortita, no dura más de diez minutos. Empezamos con ropa desde un lugar que se determina en el momento. Todos nos reunimos, hacemos una especie de célula grande y existe un jadeo que nos lleva a todos a estar en un mismo estado, un jadeo constante, como: «ah, ah, ah, ah» y, en un momento, alguien lo explota. La parte final del jadeo es un orgasmo, revienta como una olla a presión. Una vez que termina nos derretimos hacia el centro, nos jalamos y quitamos la ropa, nos tiramos del pelo, del cuerpo, es un enfrentamiento. Luego vienen besos y caricias, entre nosotros, con el público. Cuando terminamos los tirones, los besos, los jadeos, nos reunimos a hacer la fase final. Nos arrastramos por el piso hasta juntarnos, ahí realizamos una estructura con personas de base y otros más livianos se suben arriba, formando una torre humana. Cuando se desarma, termina la performance y quedamos libres de hacer lo que queramos.

He visto gente horrorizada, pololas tapándole los ojos al pololo.  Hace poco estuve con una chica que encontraba que todo esto era burdo, pornográfico.

La gente lo ve como algo artístico muchas veces. Para mí no, no podría decir que este es mi arte, pero sí puedo decir que esta es mi libertad de ser y de existir. Es romper con un tabú.

En un contexto FAE el público lo agradece un montón. No he visto que alguien llegue a quedar desnudo completamente, pero sí gente que se saca la polera.  Ojalá algún día alguien se empelotara y se metiera. 

La norma dentro del espacio FAE es clara: estamos libres de prejuicios y fobias. Cada uno está en libertad, pero con respeto. Yo me siento en un espacio seguro y si algún hueón se sobrepasa sé que lo vamos a sacar a patadas. Es algo que nunca voy a ver en una disco a la que tengo que asistir con un chaperón porque si voy sola no me dejan bailar tranquila.

Todos los FAE son diferentes, hay cosas que se mantienen, como la pieza erótica, pero siempre cambia porque la gente que va es distinta. Es una experiencia que tienes que vivir.

Yo estuve en la última pieza erótica. Es un espacio donde se invita a jugar con las sensaciones del olfato, el tacto, el oído.  Se entra con los ojos vendados y los que estamos adentro damos a probar algunas cosas a los participantes, los hacemos interactuar entre ellos y nosotros con ellos también, eso va fluyendo. Tenemos chocolate, whisky, marihuana, fruta, frutos secos, gel lubricante, preservativos, dildos, un mar de cosas para jugar. Hacemos sonidos, gemidos.

Hay maniquíes; un torso de un hombre con la extensión de su pene y un culo con sus dos orificios. Se eleva bastante la temperatura. Creería que la mayoría de la gente que entra, va predispuesta al toqueteo y al juego. Lo más explícito que vi fue cuando un hombre le hizo sexo oral a otro ahí mismo.

Era primera vez que participaba, al principio pensé que era algo más piola, más de sensaciones, después caché que estaban todos súper on fire, todos queriendo comerse y me pregunté: ¿por qué no?

Abrazando su parte animal, abrazando el fetiche

Alex Leather, Alejandro Ruiz (39 años)

Yo siempre digo que primero fui un leather y después fui un gay. Generalmente uno se da cuenta que es gay, se desarrolla y a los 30 o 40 años descubre un fetiche por el cuero. A mí me sucedió al revés. Antes de que fuese un tema sexual, tenía seis años cuando miraba algo en el cuero y lo encontraba atractivo. Era un tema de olor, de textura.

A través de los años, ya en la adolescencia con 17, vi una película que unía ambas temáticas: el sexo y el cuero. Se me juntaron dos mundos, de repente había hombres que gustaban de lo mismo que yo y me di cuenta que no estaba tan loco, al menos habían por ahí otros locos dando vueltas.

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Es tocarlo, es verlo en otra persona, sentirlo en mí. Siento que se trata de una parte del ser humano que es bastante animal, un instinto. Es un tema de sensualidad y erotismo sin caer en el desnudo, que es algo que a mí no me llama la atención. A mí me gusta llevar de pies a cabeza un uniforme de cuero, esa es mi línea, pero cada uno puede potenciar sus propios gustos y eso es lo más lindo del fetiche. Hay de todo para todos.

Hace cinco años creé Leather Chile. Es un grupo de personas simpatizantes con todo lo que es el mundo fetiche en relación al cuero, juego de dominación-sumisión, cama de clavos, sadomasoquismo, uniformes. Está constituido mayoritariamente por hombres, hay tres mujeres dominatrix y una de ellas es transgénero.

Nos reunimos una vez al mes en un bar en Bellavista como una instancia social, nos reímos e intercambiamos información. Ya vamos por la junta número cuarenta y cada vez llega más gente. En la última junta fuimos cerca de treinta personas. Se ha dado una evolución lenta porque acá en Chile cuesta atreverse, pero es un ritmo natural a las circunstancias en las cuales nos encontramos, siguen dando vuelta ciertos miedos, temores, ignorancia.

Por eso me motivé a formar un espacio que no existía. También para derribar el tema que, por desconocimiento, se cree que si tú eres una persona fetichista y te juntas con otra persona que tiene gustos similares sí o sí habrá sexo. Esa es una de las barreras más grandes que me tocó romper.

En 2015 representé a Chile en el concurso Mister Leather de Chicago y ahí noté que acá nos estamos perdiendo más de la mitad de la película. Nos estamos perdiendo la camaradería, el hecho de encontrar gente en tu misma parada, poder hablar con ellos temas que normalmente con tus amigos no puedes o es incómodo conversar, porque declararse como una persona fetichista es tener una segunda salida del clóset.

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Nosotros de a poco estamos tratando de normalizarlo, hace cinco años vamos a todas las marchas del orgullo gay. Vamos a eventos, como el Festival de Arte Erótico (FAE), quienes en su última fiesta nos prestaron un espacio para realizar una pequeña demostración.

En el FAE hubo un poquito de todo: látigos,  flogging, tortura de cocos, pequeños choques eléctricos. A tres sumisos se les amarró a una cruz con forma de “X” y se les dieron latigazos en distintas intensidades. A uno de los chicos se le amarró a un cabestrillo y se le echó la cera caliente de una vela. También un poco de tortura de pezones, asfixia, entre otras cosas, por cerca de 45 minutos.

Fue super livianito, a nuestro criterio y la gente estaba fascinada.

El placer y el dolor en el cerebro es lo mismo, lo único que cambia es el contexto y cómo la mente lo interpreta. Aplicar dolor es aplicar placer y el feedback que uno recibe de la otra persona es lo mejor. Leer bien el cuerpo, interpretar los movimientos, el mensaje corporal. Más que una conversación es la comunicación entre dos personas sin palabras, sólo con el cuerpo.

Hay una cosa que la gente no entiende y es que quien tiene el control es el sumiso y no el dominante. Quien tiene el sartén por el mango y dice hasta dónde, cómo y cuándo es el sumiso. Hay conversaciones previas y todo es siempre consensuado, quien diga lo contrario es porque no entiende para dónde va la micro.

Yo no me consideraría un performer, no estoy esperando el próximo espectáculo para ir, no tengo la necesidad de andar exhibiendo. Para mí esto no es un disfraz, no estoy caracterizando a nadie. Es mi manera de ver la vida, mi manera de ver la sexualidad, de interactuar con otras personas. Es una manera de entender ciertas cosas de la naturaleza humana y abrazar esa parte animal. Es una manera de descubrirse.

Ha sido un trabajo de tantos años que me cuesta separar la parte fetiche con la parte del sexo, amigos o familia, porque esto es lo que soy, soy todo uno.

 

Ella y él al unisono, habitando un mismo cuerpo

Miss Arsénica Versace, Andrés Fuentes (32 años)

Comenzar a hacer drag fue un hermoso error en mi vida. Nunca fui travesti de clóset, ni me había subido arriba de unos tacos o usado ropa femenina. No tenía cercanía, ni amigas, ni siquiera conocidas en el rubro. Simplemente fue un hermoso error.

Hace diez años estudié actuación de cine y no me fue muy bien. Era bastante femenino y en ese tiempo era más complicado, éramos castigados si expresábamos un género distinto al que habíamos nacido. El país no estaba tan preparado y habían muy pocas opciones. En la búsqueda de algo que se adaptara a mí, comencé a ser Gogo Dancer en la discothèque Bal Le Duc.

Bailaba como Andrés, estaba encapsulado socialmente en lo masculino y aún no me consideraba no-binario. También participé durante cuatro años con el Grupo Leather Chile haciendo shows cabaret, sacados de ropa y bailes eróticos.

En la discothèque donde trabajaba me ofrecieron la oportunidad de hacer un show en conmemoración a la travesti Hija de Perra, quien cumplía dos años de fallecida y realizarlo fue una experiencia nueva para mí. No fue hasta dos años más tarde que una amiga me invitó a un evento de la discothèque Blondie, donde hice mi primer drag y lo que provoqué en la gente estuvo a otro nivel.

Blondie y Bal Le Duc han sido mis dos casas durante toda la vida, me han acogido desde que tenía 14 años. Siempre fueron lugares donde podía expresarme de la manera que quisiera, era conocido como el Vainilla y dentro de mi gran grupo también estaba Daniela Vega.

Cuando comencé en el drag me dieron la posibilidad de trabajar ahí. Fue una manera de descubrir mi género y aceptarme yo misma.

Yo me considero, de todas formas, una performer erótica. La sociedad me ha denominado como una reina sexy y así me identifico. Me siento muy cómoda con el tema de la sexualidad y sensualidad, desenvolverme frente a la gente para mostrar quién soy realmente.

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Actualmente todas mis performances las hago como Arsénica. Desde hace tiempo vengo haciendo una transición espiritual, más que física, de género, ya que nunca me he definido como hombre o mujer. Más allá de un personaje, somos dos personas habitando un mismo cuerpo. 

Siempre fui cercano al erotismo, estudiar danza y actuación de cine me mantuvieron cerca de la expresión corporal. Siento que la sexualidad da para mucho, exponerla de la manera más explícita en una búsqueda por normalizarla.

En el último Festival de Arte Erótico (FAE) realicé sexo en vivo. Me presenté a las 3.30 de la madrugada en una sala que se encontraba dividida por un vidrio. Cuando la gente metía una ficha, una puerta se abría y al otro lado estaba sucediendo el espectáculo. El show duraba un minuto y podían entrar tres personas, que iban rotando.

El espectáculo lo hago con mi novio, era todo muy profesional. Las personas al otro lado se encuentran en oscuridad y nosotros a media luz, dentro tenemos una cama, una silla y juguetes sexuales, tal como si estuvieras en tu pieza en un momento íntimo. Era primera vez que hacía algo así, pero fue una experiencia súper excitante, tanto para mí como para quienes lo vieron.

A mí me gusta incomodar a la gente. Creo que es la forma de enseñar un poco, porque eres libre de comentar y pensar lo que quieras, pero eso que escuchaste va a quedar grabado en tu retina toda la vida y, en algún momento, cuando tu mente despierte, va a notar que aquello que oíste no era tan lejano a la realidad. Tu arte es un mensaje, tu arte es político, no es un show vacío.

De Arsénica he aprendido mucho. Cuando bajo del escenario y me saco los tacones soy distinto. En mi día a día soy tímido, ella es una avasalladora social.

Estoy agradecida de que ella se haya apropiado de este cuerpo, porque he aprendido que la gente puede ser muy distinta. Es diferente ser un hombre gay afeminado, a ser una drag queen. Como Andrés tenía las puertas cerradas, como Arsénica tengo las puertas abiertas de par en par e incluso llego donde no me invitan.

No me considero una persona activista, soy artivista, ya que siento que en mi arte puedo entregar el mensaje que deseo. A la gente no le importa la piel que habito, porque mi alma es la que habla.

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