El arte de conservar el pasado: oficios que se desvanecen con el tiempo
Escrito por RADIO JGM el octubre 23, 2024
Vivimos en una cultura desechable. Ya nada es para siempre y lo que usamos lo tiramos porque el mercado siempre ofrece algo mejor. Sin embargo, entre nosotros existen personas que resisten, que deciden reparar la lapicera que les regalaron para su cumpleaños o ese reloj que les regalaron durante navidad. Existen personas que ejercen oficios que se pensaría que ya no existen y que son del siglo pasado como el minutero, pero que hasta el día de hoy se instala con sus tres caballos y con su cámara roja en Plaza de Armas. La cultura es eso, conservar nuestro pasado y recordarlo para traerlo al presente.
Por Sofía Cruces P
Era 1765 y un ingeniero escocés que se llamaba James Watt acababa de terminar su más reciente creación: la máquina a vapor. Probablemente jamás imaginó que con ese invento sentaría los inicios de una nueva era cuyo motor y fin sería alcanzar el progreso a todo costo; eran tiempos modernos como los llamaría Chaplin en una de sus películas.
Con ello también existirían las ganas de registrar ese momento histórico de diversas maneras y así nacen la cámara y la pluma estilográfica. Pero no solo eso, sino que todo el sistema económico y social cambiarían, pues la forma en que se fabricaban los productos experimentó una transformación sin precedentes a nivel mundial. Las economías que dependían principalmente del sector primario se vieron desafiadas por la llegada de una nueva manera de producir: la industrialización. El capitalismo había llegado para quedarse.
La concepción del tiempo también cambiaría. Todo comenzaría a avanzar muchísimo más rápido. Los cambios serían abruptos y las máquinas reemplazarían a los obreros que trabajaban en las fábricas de manera que gradualmente su mano de obra fue perdiendo valor, pues ellas podrían generar en masa productos a una escala humanamente imposible.
Así llegamos a la situación actual en la que llegó a haber mucha oferta de producto. ¿Qué más da si el reloj que Fulanito compró hace casi dos años tiene alguna complicación? ¡Que se compre otro, para eso está el mercado! Repararlo sale más caro que tener uno nuevo de plástico que hicieron los chinos. Con el tiempo hubo cada vez menos restauradores de relojes. La modernidad traería muchas cosas nuevas, una de ellas la cultura del “usar y tirar”.
De hecho, de acuerdo a un estudio realizado durante el 2020 por la Asociación Nacional de la Industria del Reciclaje (ANIR), actualmente en Chile se producen aproximadamente 17 millones de toneladas de desechos sólidos anualmente, de las cuales 6.5 millones corresponden a residuos domiciliarios. Esto sitúa al país con una de las tasas más elevadas de generación de residuos en América Latina. A nivel regional, ningún país alcanza un porcentaje de reciclaje superior al 15%, y en Chile, esta cifra apenas llega al 10%.»
No obstante, aún existen personas que, por la melancolía del pasado, por un tema sentimental e incluso práctico y ecológico, optan por acudir a los servicios de personas con oficios no convencionales que han ido desapareciendo con el tiempo, pero que hasta hoy resisten porque son útiles a la sociedad.
Sergio, el fotógrafo minutero
Si decides dar un paseo por la ciudad de Santiago y recorres la Plaza de Armas, lo más probable es que lo encuentres. Es una persona de tercera edad que se instala junto a lo que aparentemente se ve como un cajón de madera sobre un trípode con un lente por un lado y con un trapo colgando por el otro extremo, es una cámara minutera pintada de color rojo con muchas fotografías de niños vestidos de huasos que en algún momento se sentaron en uno de los tres caballos de madera dispuestos delante suyo. Estos últimos son de distintos tamaños y todos los talló y decoró a mano – si tocas uno, te darás cuenta de que están cubiertos con cuero de caballo real –.
Quizás, una vez allí, veas a la gente pasar sin siquiera mirarlo, pero la cámara minutera es una particularidad, no es un artefacto que se usase en cualquier lado. Gracias a la Revolución Industrial fue posible reducir los tiempos de exposición y obtener fotografías nítidas fuera de un estudio, esperando tan solo unos minutos, dando la posibilidad a los sectores populares de verse inmortalizados en sus concurrencias a festividades, paseos dominicales por la plaza y viajes a la playa.
Si intentas hablar con Sergio, notarás que es receloso, pero de risa fácil. Yo sé su nombre porque lo adiviné, pero él no quiso decírmelo. Se identifica plenamente como un fotógrafo minutero y aprendió el oficio de su tío, quien se desempeñó en el oficio en el litoral de Cartagena, junto a más compañeros, pero con quienes después en conjunto fue a trabajar a Plaza de Armas.
Sergio es oriundo de Salto del Laja y relata que no siempre fue fotógrafo. Hizo el servicio militar en Antofagasta, lejos de su familia, aunque decidió que eso no le gustaba por lo que se fue a vivir a Santiago, a trabajar en una fábrica de corcheteras. A sus 18 años vivió el golpe y a esa edad también la fama de los fotógrafos minuteros iba en picada. La tecnología iba actualizándose y tener cámaras era más accesible que antes.
Sin embargo, él veía la labor de su tío y sus compañeros, quienes a pesar de todo lograban captar la atención de los transeúntes de Plaza de Armas con sus diferentes atracciones talladas y quiso aprender el oficio. Actualmente lleva más de cuarenta años trabajando en ese lugar y sus clientes en su mayoría son niños que al ver los caballos tallados se suben a ellos y turistas extranjeros que se ven atraídos por la gran máquina roja.
“Las personas en general no valoran este trabajo ni la cámara minutera porque tienen el celular que es mucho más rápido y moderno, pero me gusta hacerme mi plata de manera honesta”, afirmó Sergio, quien si bien actualmente se vale de una impresora digital para obtener las fotografías siempre tiene a su lado su cámara minutera.
El rol del fotógrafo minutero forma parte de lo que hoy conocemos como “patrimonio inmaterial». Esto se debe a que este personaje fue y es un individuo reconocido en la sociedad chilena, que exhibe rasgos clásicos distintivos que lo anclan en la memoria colectiva y persisten como vestigios de un mundo que ya ha desaparecido.
Luis Maldonado, fotógrafo minutero que trabaja hace 35 años como tal en Santiago, comentó en un conversatorio realizado en la Biblioteca Municipal Mercedes Oporto Vera de Quintero organizado en la Municipalidad de Quintero que en Chile este oficio tiene más de 100 años. «En los años 40, 50 fue su apogeo, habiendo más de 5.000 fotógrafos a través del país, (…) en los años 80 quedaban 300 y hoy día quedan 3”.
Walter, el relojero y restaurador de plumas
Walter Nicolás Contreras era pequeño, tenía seis años cuando tuvo su primer acercamiento con un reloj de bolsillo cuyo mecanismo llamó profundamente su atención, era de un pariente de su madre. Dos años más tarde se fascinaría con una pluma de su abuela.
El tiempo pasaba, él crecía y pasaba de curso cada año en el Instituto Nacional. Le gustaba enfocarse en los estudios, pero la intriga que le generaban los relojes y las lapiceras no hizo sino ir en aumento.
Le gustaba escribir y su mamá lo notó, por lo que le regaló una lapicera que él se esmeró por mantener. Así fue como en más de una ocasión llevó su pluma con Gastón Botto, el dueño de un local de reparación de lapiceras llamado Clínica Plumas Fuente que existe desde el año 1947.
Sus ganas de aprender de Botto eran muchas y le pidió ser su alumno. El hombre accedió a la petición de Walter con la condición de que coleccionara 300 lapiceras. Su esposa, al ver al joven entusiasmado, lo convenció para que le enseñara y así Walter comenzó a ir a verlo una vez por semana, después dos, luego era al salir del Instituto Nacional y más tarde era cuando se liberaba de la universidad. Así por diez años se desempeñó como su aprendiz sin recibir sueldo y, actualmente, él es el dueño de Clínica Plumas Fuente.
Casi paralelamente, un día se presentó la oportunidad de estudiar relojería por dos años con un hombre que recuerda como “Don Antonio”, que reparaba sólo relojes pequeños y antiguos de bolsillo y que conoció gracias a que se lo presentó un amigo. Con él adquirió el gusto por los relojes, y posteriormente tuvo como maestro a un relojero llamado Francisco Ortiz que trabajaba en el local Ometisa en Paseo Ahumada, con quien aprendió acerca de la lubricación de los relojes y aspectos muchos más científicos, modernos y técnicos de la relojería.
Tras esos años de arduo aprendizaje, comenzó a desempeñarse simultáneamente como restaurador de plumas, relojero y músico formado en la Facultad de Artes en la Universidad de Chile.
Tras la muerte de Gastón Botto, pasó a ser el sucesor natural en Clínica Plumas Fuente y el local comenzó a enfocarse en la reparación usando productos nuevos y modernos, como químicos y máquinas distintas para limpiar las plumas, pero conserva el mismo concepto de restauración de antaño.
Gracias a su trabajo se pueden traer al presente lapiceras y relojes del siglo pasado en un estado casi intacto: “Yo digo que soy purista, en el sentido de que me gusta que las cosas que me llegan queden como fueron concebidas, siempre lo más ligado a lo original, por eso no me gusta insertar piezas que no son suyas, sólo lo hago cuando no queda otra alternativa, por ejemplo que no queden repuestos como suele pasar con los artículos más antiguos, porque los clientes los quieren conservar tal y como estaban”.
Pese a las dificultades y vaivenes de la economía y pandemia, el negocio de las plumas estilográficas ha podido mantenerse gracias a que todavía hay gente que se resiste a que todo sea tecleado: “Aun hay gente que recurre a la escritura a mano y mientras haya gente que escriba uno puede tener trabajo, porque el pensamiento escrito es distinto al pensamiento tecleado, pues se activan otras partes del cerebro. Por ejemplo, he atendido a escritores que me cuentan que antes de publicar sus libros, en sus procesos de escritura, redactan todo a mano con su pluma y después lo pasan al computador”.
Por su parte, el reloj ha sido cada vez más desplazado por el celular y Walter no ve más de 3 relojes a la semana, a lo sumo 4. Aunque el reparador de relojes también cree que se trata de una estrategia de marketing.
“Para mí las plumas y los relojes, además de lo mecánico, tienen algo artístico… Uno que te marca el tiempo en cuanto pones la pieza faltante y el otro que te permite plasmar lo que sea, dar a conocer incluso tu personalidad tan solo con un trazo. Me gusta la música que se mezcla con las plumas y los relojes. La música tiene que ver con los tiempos, con el alma, el espíritu del compositor y con una época; con los relojes y las plumas es lo mismo, con el primero se midió el tiempo y con el segundo se hicieron pautas, es mágico porque tiene que ver con las expresiones del ser humano”.
Según datos de El Mercurio On-Line, actualmente existen tan solo 133 empresas de reparación de relojes registradas actualmente. Sobre la restauración de plumas no hay información, pero lo más probable es que sea un número aún más escaso. Son oficios cada vez más difíciles de encontrar y por ello debieran ser apreciados por la sociedad, porque un día quizás ya no estén.
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