Crónica en Cerro Navia: En la Roosevelt nadie hace nada, nadie las trata bien

Escrito por el julio 8, 2022

Crónica sobre Cerro Navia escrita por estudiante de Periodismo de la Universidad de Chile, y habitante de la comuna.

Por Michelle Roble Muñoz

Cerro Navia

Calle José Joaquín Pérez con ocho de abril, Cerro Navia.

Cerro Navia, comuna pobre y periférica. De esas que sales para trabajar y vuelves para comer o dormir, pero jamás vivir. La comuna donde se intenta sobrevivir. Nacida entre la seccionada comuna de Barrancas en dictadura y construida a base de tomas ilegales en donde los pobres les pusieron nombres a las poblaciones. Donde yo vivo es la Roosevelt. La buena Roosevelt. Me atrevo a decir que, aunque el nombre suene bonito, la gente no siempre es linda. Y no me refiero a lo físico, sino, que hablo del corazón.

Vivo en la Roosevelt que está justo al limite entre Cerro Navia y la comuna de Pudahuel. El principal punto turístico es el persa, el más grande de todo Chile con más de cinco mil puestos en toda su envergadura. Toda mi vida he ido al persa para comprarme ropa, puedo decir casi que orgullosamente lo conozco de memoria y recuerdo cada rostro de aquellas personas que trabajaron hasta el último día de su vida en él.

Como Sergio, el “señor de la ropa interior”. Nunca me he sentido cómoda comprándome ropa interior, no me gusta que nadie me acompañe cuando lo hago y este señor, por muy extraño que suene, me daba la confianza que necesitaba para comprarme ese tipo de prendas. Nunca me faltó el respeto, puso una cara extraña, o hizo un comentario fuera de lugar. Incluso llegué a sospechar que era homosexual, por la confianza que emanaba no solo para mí, sino que, con todas las mujeres que siempre mantenían su puesto lleno.

Sergio no parecía adinerado, era un hombre que tenía poco cabello y era canoso, usaba lentes y no media más de un metro ochenta. Tenía una pareja a la que le decían “la Mono”, porque nunca se depilaba las cejas o los bigotes y siempre fue brusca para sus cosas. Sin embargo, aquel apodo para ella me molestaba, su nombre real era Katherine, así que de cariño pensaba en ella como Kathy. Junto a Sergio iban a tener una hija. Y escribo que iban en pasado, porque la Kathy perdió la guagua.

cerro navia

En la Roosevelt nadie hace nada, nadie las trata bien.

Todavía recuerdo cuando iba caminando desde el preu cuando don Sergio y ella discutían en la plaza de la esquina que me quedaba de camino a mi casa, oscura porque los focos nunca los arreglaron. Como si se odiaran de toda la vida por lo que había pasado, se gritaban, y la Kathy, con su falda fucsia que desentonaba con el color de su polera, ahí estaba llorándole al hombre que vendía ropa interior en el persa. Rogándole que la perdonara por perder a la guagua.

Al día siguiente, mi abuela me contó que Sergio le había pegado un combo a su pareja; la población entera hablaba de que los dos habían terminado después de eso, como suponiendo, cuando era más que obvio. Nadie llamó a los pacos, nadie denunció a Sergio, nadie dejó de ir a comprarle calzones o pantis, nadie se preocupó del moretón de la Kathy, ni nadie hizo nada cuando andaba drogándose con pastillas o neoprén en la misma plaza donde fue golpeada por el que gritaba ser el amor de su vida. El viejo Sergio falleció poco después. Tal vez de pena, tal vez por el karma, por la culpa.

Por eso digo que la gente de la población no es bonita, no toda es buena. Me he resignado con el paso de los años en este lugar a pensar que es por la educación. Muchos no saben leer o escribir. Muchos han pasado frio o hambre, o ambas juntas. Me he resignado a salir de mi casa lo menos posible. Cuando estaba en la media, era de la casa hasta el liceo y del liceo a la casa. No deseaba que mis vecinos me saludaran y me escondía en el teléfono con los audífonos puestos para fingir que no escuchaba.
Ahora, con casi veinte años, en la Universidad de Chile me dijeron que saliera y escribiera sobre mi comuna, mi población, el lugar donde vivía, que observara todo lo que pueda ser representativo de él y plasmarlo. La Roosevelt. La población que desconozco, pero he vivido toda mi vida.

Saqué mi bicicleta, que era más polvo que ruedas y fierros, mi papá me la regaló para la navidad de hace unos cuatro años atrás. Solo la he usado dos veces, porque en la Roosevelt da miedo salir y que te la roben. Esta sería la tercera vez. Una de mis amigas, que también vive en Cerro Navia estaba de cumpleaños, así que en vez de tomar la 110 para llegar a su casa, usé la bicicleta para darle un regalo, era un libro que se llamaba La Ciencia del Karma, le gustaba la astrología.

El casco me quedaba un poco suelto, me gustaba así, mi papá me dijo que debía avisarle cuando llegara, para saber que estaba bien. Movía los pies a mi propio ritmo, no llevaba audífonos y hacia calor. En una de las esquinas de San Francisco, en una baranda doblada por algún choque automovilístico, había dos hombres tomando Báltica. Nunca me gustó la cerveza y me traía recuerdos de mis compañeras del liceo quedándose en una esquina tomando de la misma después de clases. Tuve que detenerme porque el semáforo estaba en rojo para los peatones. En la otra esquina, estaba el peladero que dejaba el persa siempre que se ponía junto al gran espacio que dejó el Líder que se quemó durante el estallido social. Un edificio que ya no existe como recuerdo de un momento histórico para el país.

En la Roosevelt nadie hace nada, nadie las trata bienEn la Roosevelt nadie hace nada, nadie las trata bien

En la Roosevelt, Cerro Navia, nadie hace nada, nadie las trata bienEn la Roosevelt nadie hace nada, nadie las trata bien

Seguí mi camino apenas el semáforo marcó el verde. Decidí irme por la calle, ya había salido de la población Roosevelt, pero seguía en la misma comuna. En José Joaquín Pérez con Mapocho, entre los tantos autos que pasaban junto a mí, uno en particular pasó demasiado cerca. Eran de los típicos que iban con la música de reguetón fuerte, de los típicos que creían que porque el auto tiene una línea negra en pintura ya parece de lujo. El piloto no andaba solo, al menos eran cinco hombres que aprovechándose de que mi transporte era más pequeño y ellos me superaban en cantidad, explotaron en risas cuando el copiloto sacó la mano y me pegó en el poto. Fue una palmada que tomó fuerza con la velocidad del auto.

Se sintió asqueroso, quería bajarme de la bicicleta, dejarla tirada, me dejó de importar que alguien se la robara. Quería llorar y que alguien me contuviera. Algunas personas que caminaban por la vereda hoyosa lo vieron. El auto pasó de largo y cuando me detuve, nadie hizo nada. Nadie se acercó, nadie me ayudó, nadie tomó en cuenta que había una persona, una mujer llorando casi desconsoladamente. Asqueada, humillada y con miedo.

Pensé en la Kathy. En “la Mono”. Quizá el apodo no era tan distante a como nos trataban a las mujeres, como animales. Si pierdes la guagua, el hombre te rechaza. Si vas en bicicleta y te pegan una palmada en el poto, nadie hace nada tampoco. Esos cinco hombres debieron sentirse en la cima del mundo, en unos ganadores, en unos campeones. Si a Sergio le llegó el karma, espero entonces que a ellos también.

No sabia cuánto tiempo estuve llorando sentada en la cuneta, y hubiera seguido haciéndolo de no ser porque mi amiga me llamó por teléfono; quería saber dónde estaba y si iba a llegar a su casa para cantar el cumpleaños con sus papás. Recuerdo que de tanto llorar, mis ojos estaban hinchados y el casco se sentía pequeño puesto en mi cabeza. Le dije que ya estaba cerca sin ninguna explicación extra y entonces en una bocanada de aire que llegó hasta mis pulmones, me limpié la ultima lagrima que se deslizaba por mis mejillas para retomar el camino. Nadie se dio cuenta que estuve llorando, no le conté a mi amiga lo que me pasó, no quería arruinar su cumpleaños con eso.

Entre calles mal pavimentadas, casas malogradas y el olor a marihuana que se encuentra en cada esquina, en la Roosevelt se esconden historias de mujeres golpeadas, acosadas, abusadas o violentadas que jamás tuvieron justicia. Mujeres que ya se cansaron de llorar.

Tal vez también te interese: CRÓNICA: ¿CUÁNTAS MIRADAS POR MINUTO SE PUEDEN EVITAR EN UN VAGÓN?

Sigue leyendo en Radio JGM

Crónica: Machalí, la ciudad que cultiva condominios

 

Comentarios

Opiniones

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.Los campos obligatorios están marcados con *



[No hay estaciones de radio en la base de datos]