Aunque ya soy adulta, todavía no puedo dejar el colegio

Escrito por el enero 11, 2019

Por Paula Pérez

Desde chica supe que el sistema educacional chileno no funcionaba, y mientras crecía me di cuenta de que muchos de mis amigos y conocidos pensaban lo mismo. Para cuando entré a la universidad, esta verdad era como un secreto a voces, todos lo sabían, menos el Mineduc.

Pero fue en medio de esos cuatro años de enseñanza media, en los que tienes que elegir qué diablos vas a hacer el resto de tu vida para ganar dinero y sobrevivir, que tuve la revelación.  Allí, sentada en medio de una clase de historia, me di cuenta de que la escuela mataba cualquier interés que pudiera tener. Me encantaba la historia, pero el solo hecho de tener que leer algo que me gustaba, para un trabajo o una prueba del colegio, lo convertía en lo más desagradable del mundo.

La causa de este fenómeno tan peculiar la descubrí años después, cuando no sabía qué hacer con mi vida pero tenía que decidir qué estudiar de una vez por todas porque para eso había pasado más de 12 años en el colegio, ¿no?

Y fue justo en ese momento de desesperación que me encontré con la película documental La educación prohibida, y comprendí que nuestro sistema educacional está mal porque, en pleno siglo XXI, sigue utilizando las mismas fórmulas que en la Prusia de mediados del siglo XVIII, cuando nació este sistema. Y no buscaba enseñar a las personas, sino que formar ciudadanos dóciles y obedientes y, posteriormente, crear los obreros perfectos para trabajar en las fábricas de la revolución industrial.

Como bien dice el experto internacional en educación y desarrollo de la creatividad, sir Ken Robinson en su libro El Elemento: “se supone que la educación es el sistema que debe desarrollar nuestras habilidades naturales y capacitarnos para que nos abramos paso en la vida. En lugar de eso, está refrenando las habilidades y los talentos naturales de demasiados estudiantes y minando su motivación para aprender”.

Y así es exactamente cómo me sentía cuando estaba en el colegio, frustrada por ver cómo no podía agarrar el libro de historia de 1° medio, pero sí revisar por horas las revistas de arqueología de mi papá. O cómo me interesaba tanto por saber cómo se creaban las estrellas y funcionaba el universo, pero odiaba las clases de física y solo dibujaba y tiraba respuestas al azar en las pruebas. Honestamente, no sé cómo pasé de curso y me gradué. Y ese es el punto, al final, siento que solo perdí mi tiempo. El colegio mató mi interés.

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