Alicia Lira: una historia de pasión y libertad
Escrito por Radio JGM el agosto 9, 2024
“Yo viví un amor profundo por 17 años. Fui querida, amé, hice lo que quise”, dice Alicia Lira Matus al preguntarle por la relación con su esposo, quien fue asesinado de 13 balazos por agentes del Estado en medio de la dictadura militar.
Por Laura Alburquerque
Alicia es una mujer de 74 años que vive en Santiago, aunque no nació aquí, sino en Concepción. Proviene de una familia marcada por la pobreza, lo que obligó a los hermanos mayores a trabajar para poder mantener a los demás. Tercera de 13 hermanos, ella comenzó a laburar a los 10 años, jugando a cuidar niños un poco más pequeños que ella en busca de llevar comida a su hogar, y viéndose obligada a dejar los estudios, aunque jamás la motivó demasiado volver al colegio:
—Nunca me dio por continuar los estudios. Incluso mi madre en eso nos insistía a los mayores. Yo personalmente no tuve nunca entusiasmo ni interés de inscribirme y estudiar en la época cuando podía hacerlo.
Sentada en la oficina de la Agrupación de Familiares Ejecutados Políticos en Dictadura, cumple su rol como presidenta. Justo ahí donde la calle Carabineros de Chile y Vicuña Mackenna se encuentran, cerca de Baquedano, Lira cuenta su historia con una fortaleza que sorprende. Juntando sus manos obreras, junto a su nariz pequeña y el corto pelo negro que se posa sobre sus hombros, continúa poco a poco develando partes de su vida que la marcaron para siempre.
Militancia en la Jota
Cuenta la historia de cómo inició en la política junto al hermano más cercano que tuvo, Diego Lira, el cuarto de la familia, con quien se unió a las Juventudes Comunistas (más conocida como La Jota), donde anteriormente su hermano mayor también había participado.
—Mi hermano mayor, Osvaldo, entró a La Jota cuando tenía 15 años y nosotros íbamos, lo escuchábamos, nos reíamos. Pero no le tomaba seriedad, sentíamos que era algo bonito— rememora Alicia.
—¿Y cuándo comenzó a ser algo más serio o más formal?
—Llegando a Santiago empezamos a militar en la población donde vivíamos. A los 14 o 15 años. Fue una etapa bonita. No entendía mucho, pero lo que sabía es que era nuestro derecho y era bonito este trabajo colectivo, místico, alegre. Pensar en otras cosas, en otras personas. Así que para mí fue la cosa más hermosa haber entrado a La Jota, hasta que pasé a militar en el Partido Comunista.
—¿Qué es lo que la llamó de una vida tan cercana a la política?, ¿cómo comenzó este interés?
—La vida política generalmente era una cosa de clase, de principio. Me gustaba defender nuestros derechos, me gustaba lo organizado, lo colectivo y, por lo tanto, fue muy bueno para mí el hecho de haber sido parte de un sindicato. Mi madre era militante comunista activa. También era muy católica. Ella pasaba en la iglesia, pero nunca nos enseñó ni nos invitó, ni a la religión ni a ingresar al partido.
Su madre fue una mujer fuerte, buscavidas. Fresia Matus fue siempre la cabecera de su familia, buscando mantener a sus hijos adelante. Su esposo murió cuando Alicia tenía 5 años, pero necesitaba continuar. Volvió a emparejarse y llevó a su familia a Curanilahue —en la provincia de Arauco— para poder trabajar en la mina de carbón en Plegarias, un pueblito minero a 5 kilómetros de donde vivían. Allí, concibió al resto de sus hijos con su nueva pareja: los Macaya Matus, teniendo un total de 13 hijos, aunque uno de los nacidos murió de sólo unos cuantos meses de edad.
Al pasar el tiempo, consideró que la mejor opción era mudarse a Santiago. Alicia Lira tenía 14 años cuando eso ocurrió. Era 1962 y llegaron a la capital, a la comuna de Ñuñoa, a instalarse en un departamento con incluso menos de lo necesario.
—Nos mudamos directamente de la mina. Llegamos en tren, porque un diputado del Partido Comunista le ayudó a mi mamá a hacer los trámites para llegar con su familia acá. Un buen tiempo dormimos todos en el suelo, hasta que empezamos a trabajar en Vicuña Mackenna, en industrias textiles.
Alicia fue dirigente sindical en aquella empresa y participó en el V Congreso Nacional de la Central Única de Trabajadores de Chile, en 1968, que recuerda como algo grandioso. Mientras tanto, seguía participando activamente en el Partido Comunista, donde encontró a quien sería el amor de su vida. Conoció al “Mago”, también llamado “Andrés” (aunque su nombre real llegó a saberlo varios años después, en la Municipalidad de La Cisterna , donde contrajeron matrimonio).
Amor, respeto y compañerismo
Felipe Rivera Gajardo, de 29 años, se casó con aquella empoderada comunista 10 años menor, en 1970, con quien vivió un amor apasionado. Vivieron en La Victoria junto a la familia de él, una de las cuales inició la toma que dio origen a esa población, en Pedro Aguirre Cerda.
Alicia vivió su amor con una intensidad única y un respeto inigualable. Comenzó a reforzar su pensamiento como mujer feminista en la convivencia con su esposo, con quien se sentía incluso más libre que estando soltera. Una mujer inigualable que siempre ha puesto como prioridad el luchar por su libertad individual.
—El que llegaba primero a la casa hacía las cosas. No hay nada que no hayamos conversado, hayamos dicho. Todo lo conversábamos, todo lo compartíamos (…) Jugamos un rol muy importante como pareja, como matrimonio, como dos personas que se aman bajo un irrestricto respeto a la personalidad, a la individualidad y a la demanda feminista que se tiene ante el patriarcado, que es tan terrible.
Comienza la dictadura y ese 11 de septiembre de 1973 la vida de todo el país cambia. La vida de este joven matrimonio da una vuelta radical, cuando viviendo en la Villa Lenin —actual Población Yungay— llega un grupo de militares a buscarlos, lo que los obligó a arrancar.
Resistió la dictadura junto a su esposo y su hermano más cercano, Diego, quien fue detenido el 13 de agosto de 1986, en la Región de Coquimbo, por participar junto al Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) en lo que posteriormente sería el fallido atentado contra Pinochet.
—Sabía que estaba allá y, por lo tanto, cuando vi nombres de varios detenidos que aparecían en La Segunda, a grandes títulos, y vi que el nombre de Diego no estaba, me fui a la Vicaría de la Solidaridad —organismo de la Iglesia Católica creado para otorgar asistencia jurídica, económica, técnica y espiritual a las víctimas y familiares de víctimas de la dictadura—, puse recursos de amparo y de ahí partimos a la La Serena con ocho familiares a hacer presencia. A ver que no los mataran, que no los torturaran o los hicieran desaparecer. Queríamos que supieran que andaban los familiares y que sabíamos que estaban ahí. Por lo tanto, era una forma de defender la vida de ellos y eso fue lo más terrible que pasé hasta ese momento, porque mi hermano Diego era mi yunta de niño, fuimos muy cercanos en todo, por lo cual fue doloroso, tenía mucho terror de que le fueran a matar o a desaparecer.
—¿Pudo saber algo de él?
—Diego pasó más de un mes incomunicado, preso. No sabía dónde. Llegué a la Comisión Chilena de Derechos Humanos, que estaba en Almirante Barroso con Huérfanos. Estaba a cargo de una persona muy querida y respetada, don Jaime Castillo Velasco. Ahí funcionaba la Agrupación de Familiares de Presos Políticos.
Alicia participó activamente de aquella agrupación hasta 1990, año en el que su hermano se “auto liberó” en una misión organizada principalmente por el FPMR, llamada «Operación Éxito», donde casi 50 presos políticos de la Cárcel Pública de Santiago escaparon exitosamente.
Para Alicia, aquellos meses de 1986 fueron difíciles, no solo por tener a su hermano en la cárcel, sino por lo que ocurrió en su matrimonio. El 8 de septiembre de ese año fue un día inolvidable en la vida del matrimonio Lira Rivera. “Centenares de detenidos en Santiago, en una jornada de allanamientos masivos ordenados por el Gobierno militar” fue el titular publicado por el diario El País, de España, cuando se supo que horas después de la emboscada a la comitiva presidencial, en la madrugada, se produjo un sinfín de detenciones realizadas por grupos de civiles armados y con pasamontañas que, sin dar explicación, subieron a los hombres en taxis con rumbo desconocido.
Entre estos hombres, se encontraban José Humberto Carrasco Tapia (periodista), Gastón Vidaurrazaga Manriquez (profesor) y el amado de doña Alicia, Felipe Rivera Gajardo. Todos fueron encontrados horas después, en distintos paraderos, pero con algo en común: habían sido acribillados por agentes del Estado.
La Central Nacional de Informaciones (CNI) creía que él estaba implicado en el atentado fallido contra Augusto Pinochet a manos del FPMR, por la cercanía con su cuñado. Recibió 13 balazos, y sin embargo, esto nunca fue así, no existía relación alguna entre Felipe Rivera y aquella operación.
—Asaltan mi casa. Entran, lo sacan de la cama, semidesnudo, yo salgo corriendo detrás de los vehículos para saber qué pasaba. Al final se pierden en el camino. Al otro día llego a la Vicaría en su búsqueda y el día 9 tengo que ir al Servicio Médico Legal, porque hay un cuerpo desconocido que, por todas las señales que yo di, era el de él.
Sin planearlo, la única forma de ayuda la encuentra en la Agrupación de Familiares Ejecutados Políticos en Dictadura.
—¿Cómo fue que llegó a la Agrupación?
—Supe de ella el día que mataron a Felipe, cuando lo fui a sepultar. Una mujer, que después supe era la compañera Irene Manzano, me abrazó y me dijo “compañera, estamos con usted, soy de la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos, tome aquí tiene para que se contacte con nosotros y no se quede sola”.
Sin embargo, a pesar de que era su primera opción, no tuvo muchas alternativas, puesto que le dijeron que su vida corría peligro. Recuerda cómo estando en el cementerio, sepultando a su esposo, le informan que por la detención de su hermano y ahora el asesinato de Felipe, ella debía salir a la luz pública, porque de otra manera, podrían matarla.
—Era peligroso. Si yo seguía clandestina, podían matarme, por mi militancia, por mi trabajo permanente de resistencia contra la dictadura. Por eso corría peligro mi vida, así que inmediatamente debía incorporarme a agrupaciones de derechos humanos. Era una forma de protegerme.
—¿Cómo fue para usted el incorporarse a la agrupación tras este cúmulo de sucesos?
—Fue realmente una cosa muy apañadora, muy hermosa, muy sentida. Uno se suma a esa organización donde ves personas —mujeres mayoritariamente— apañarse, solidarizar, compartir y ahí sientes que el dolor no es tan terrible, porque no solamente te pasa a ti, sino que le pasa a muchas personas más. A veces incluso sientes que a ti no te pasó mucho, cuando ves casos de mujeres a las que le han asesinado a 5 familiares o 3 familiares. Por ende, esa organización era y es para salir a movilizarse, hacer acciones, llamar la atención, denunciar ante los organismos internacionales, porque ya el hecho de levantar cabeza, de sentir que tu dolor lo estás botando, gritando en la calle, en las manifestaciones, denunciando, ya eso suaviza un poco la tragedia que se está viviendo.
Alicia trabajó años y años, luchando contra la dictadura militar, contra las injusticias y los derechos humanos. A pesar de todo el dolor, de tantas tragedias, jamás se ha cansado de luchar por lo que cree correcto, por lo que anhela encontrar: verdad, justicia y una sociedad más justa. Junto a la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos, de la que es presidenta desde 2009, ha participado en varios movimientos sociales, como No+AFP, varios movimientos estudiantiles y distintas demandas feministas.
—He participado en la Comisión de Ética Contra la Tortura y sigo vigente en el Observatorio por el Cierre de la Escuela de las Américas. He trabajado con organizaciones sociales, estudiantiles, sindicales, feministas, y ha sido un gran aporte para mi crecimiento, para mejorar mi forma de trabajar y llegar mejor a la gente, ha sido una gran escuela participativa en estar permanente con distintas organizaciones, solidarizando, apoyando, denunciando, eso ha sido muy importante para mí.
Premio Medalla DDHH y Democracia
Hasta el día de hoy, Alicia recuerda con nostalgia sus inicios en el mundo político y de derechos humanos. Asegura que lo que vivió fue un hecho terrible, pero que la impulsó a trabajar incansablemente. Fue premiada, justamente un 8 de septiembre, pero de 2023, con la Medalla Derechos Humanos y Democracia, por la Universidad de Chile.
—Para mí, cuando me avisa la rectora, Rosa Devés, que había sido propuesta de forma unánime para recibir la medalla y que coincidió justo un 8 de septiembre, pensé que se me entregaba una medalla por mi reconocimiento, pero después, por la solemnidad, la representatividad, por lo que se dijo, realmente recibir esta distinción fue algo grandioso. Las fuerzas uno las saca de la tragedia que viví. Esa tragedia donde sientes que te arrancan el corazón y ante tanto dolor en el país se convierte en rabia, en rebeldía. La motivación de protestar y de luchar por justicia, por verdad, por terminar con la dictadura. Por eso las marchas, por eso los gritos, la cantidad de veces que me fui detenida. Esa es la fuerza que nace ante la injusticia, ante la muerte, ante el terror que implementaba una sanguinaria dictadura.
Luego de 37 años desde que una esposa desesperada intentaba encontrar el paradero de un hombre al que le arrebataron la vida. 37 años desde que, sin descansar, intentaba saber algo sobre su hermano preso incomunicado. 37 años de lucha, que son destacados tras tantas batallas y angustias.
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