Algo está mal con los hombres

Nuevamente, nosotras debemos triplicar nuestras precauciones, porque nosotras entendemos que por el hecho de ser mujeres somos más propensas a sufrir abusos e, incluso, a morir. Pero ¿los hombres comprenden estas situaciones como un problema de género? ¿Se sienten interpelados con cada uno de los casos de violencia sexual?

En los últimos cinco días, las noticias sobre abusos y violencia de género han llenado la agenda periodística. El viernes nos enteramos de que Ámbar, con tan sólo su año y siete meses de vida, había sido violada y asesinada. El presunto culpable: Andrés Espinoza Aravena, su tío político, ex candidato a concejal en Los Andes por el pacto Chile Vamos.

El sábado conocimos los testimonios de siete mujeres ex trabajadoras de Canal 13, quienes denunciaban acoso sexual. ¿De parte de quién? Herval Abreu, histórico director y productor de renombradas teleseries como Soltera Otra Vez y Machos.

El lunes despertamos con la denuncia de una mujer que había sido violada en las cercanías del Estadio Nacional. ¿Por quién? O quienes, mejor dicho: cinco hombres hinchas de la U.

Ese mismo día conocimos la denuncia por redes sociales contra un reconocido actor por abuso sexual e intento de violación. ¿Quién? Roberto Farías, que actualmente trabaja en la teleserie Perdona nuestros pecados y ha participado en El Club, El Reemplazante, Neruda, entre otras producciones nacionales.

Hombres. Uno tras otro, son todos hombres.

No podemos dejar de preguntarnos por qué ocurre esto y, en el afán de encontrar explicaciones, se suelen tratar estos casos como aislados, muchas veces justificando al victimario e, incluso, culpando a la víctima. “Es un hombre enfermo”, “tiene problemas con el alcohol”, “debemos conocer la otra versión” y “fue hace tantos años” fueron algunas de las respuestas ante estos casos. Pero estos no son casos aislados y no tienen una justificación directa.

Para combatir el problema de la violencia de género, éste debe ser concebido como un problema estructural, complejo, que involucra condiciones socioeconómicas, el ambiente familiar, la educación, al Estado y, sobre todo, una cultura sumamente machista y patriarcal, que les hace creer a los hombres que pueden cometer vejámenes con tal de saciar sus deseos individuales.

Pero el machismo y sus violencias traspasa las fronteras nacionales. De hecho, no podemos evitar recordar el caso de La Manada, sucedido en España, con el episodio de la violación por hinchas de la U. En este caso, también fueron cinco violadores contra una mujer, que grabaron y se jactaron de su fechoría y que fueron condenados a nueve años en vez de 20, porque la justicia lo consideró abuso y no violación.

Asimismo, estos casos junto con el de Ámbar se relacionan con el de Asifa Bano, una niña de ocho años de la India, que en enero de este año desapareció una semana hasta que su cuerpo fue encontrado tirado en el bosque a kilómetros de su casa. Había sido violada por ocho hombres y estrangulada en un templo.

Con el caso de La manada la justicia nos dijo que debemos resistirnos en caso de violación, nos debe doler para que nos crean, pese a que arriesguemos nuestra vida. Con la manada chilena, nos han alertado a no andar solas de noche, porque no debemos exponernos.

Nuevamente, nosotras debemos triplicar nuestras precauciones, porque entendemos que por el hecho de ser mujeres somos más propensas a sufrir abusos e, incluso, a morir. Pero ¿los hombres comprenden estas situaciones como un problema de género? ¿Se sienten interpelados con cada uno de estos casos?

El llamado es a que ellos se cuestionen sus acciones y sus privilegios, que se replanteen su masculinidad, que asuman responsabilidad por estos crímenes y, al menos, incidan en los espacios masculinizados donde nosotras no tenemos acceso. Que tomen conciencia, que se eduquen, que aprendan a no violar.

Porque, definitivamente, algo está mal con los hombres y ellos deben hacerse cargo.